Diógenes Céspedes (Hoy, 4-3-17)
XII
Ante el silencio epistolar, PHU pregunta a su tía Mon Ureña qué sucede con Leonor y esta última le responde: «Yo no consagro ya el mayor tiempo a satisfacer mis aficiones literarias como en mejores días; no, sustraigo algunos momentos á la brega diario y leo algo, regularmente periódicos i unas que otra lecturita banal, nada serio.» (Bernardo Vega. Treinta intelectuales dominicanos escriben a Pedro Henríquez Ureña. Santo Domingo: Academia Dominicana de la Historia, 2015, 156).
La causa del silencio epistolar de LF se debió, según lo explica, a su «habitual apatía acrecida hoy considerablemente por el género de vida que me imponen mis actuales ocupaciones.» (BVega, 156).
La correspondencia de LF con PHU se extendió hasta 1910. La suspensión quizá se debió a la vorágine en la que se vio envuelto el Sócrates dominicano a raíz del estallido de la Revolución mexicana. Acogió el consejo de los amigos y se embarcó en Veracruz el 13 de abril de 1911 hacia La Habana. A la estación fueron a despedirle sus discípulos Alfonso Reyes, Antonio Caso, Martín Luis Guzmán, Carlos González Peña, Escofet, Isidro Fabela, Diego Rivera, Gonzalo Argüelles Bringas, Julio Torri, Aurelio Collado y José Benítez. Antes de su salida había sido agasajado con múltiples banquetes entre los que cita los de Alfonso Cravioto, Luis Urbina, Chucho (Jesús) Acevedo y Pablo Martínez del Río (Memorias. Diario. Notas de viaje (México: FCE, 200, p. 191 [1989]). La mayoría de estos hombres serán los futuros ministros, altos funcionarios y diplomáticos de los gobiernos que surgieron después del triunfo de la Revolución.
Al llegar a La Habana, PHU estudia el medio social y cultural cubano: «No han sido de mucha actividad para mí estos días. No he tenido con quien conversar mucho, parte porque aquí no abundan quienes puedan sostener conversaciones serias, parte porque todo el mundo está muy ocupado. La Habana no ha cambiado en nada sustancial (…) El mismo tono de escepticismo y ligereza preside a todas las conversaciones; el extravío del sentido moral en orden a todas las relaciones sociales (familia, amistades, instituciones, nación) –que en México sólo se ha producido en el orden político por el largo despotismo de Díaz–, continúa extendiéndose: ya los jóvenes hablan francamente, por ejemplo, de que quieren conquistar una heredera rica. Y la prueba de que no lo dicen por entretenimiento es que lo hacen. Esto sin contar que, en el lenguaje usual entre jóvenes, es obligado decir mal de las reputaciones de mujer, sea cierto o no lo que se diga: de mujer no puede hablarse, aquí, sin obscenidad.» (Memorias, pp. 193-206).
Con el perfil de la Cuba de 1911, PHU ha profetizado lo que pronto sucederá en Cuba: Gerardo Machado, Grau San Martín, Prío Socarrás y Fulgencio Batista. Y toda aquella sociedad corrupta y light sufrirá dentro de 48 años el barrido de una revolución que se transformó en dictadura socialista de partido único.
El viajero llegó a Santo Domingo el 17 de mayo de 1911. Escribió sobre la soledad que le causó la Capital, cuyas casas no pasaban de un piso, aunque alabó la mejoría de las calles, el alcantarillado y la arborización, pero constató el mismo malestar político que dejó en 1901 al salir para Nueva York: la malicia dominicana (Memorias. Notas de viaje, p. 212).
Salió antes del asesinato de Mon Cáceres, pero nos dejó una estampa sombría de la intelectualidad joven de la Capital: «He estado también, en parques y cafés, con ‘la juventud literaria’, un grupo de gente ruidosa y quisquillosa, formado por Rafael Damirón, Arturo Logroño, Arquímedes Cruz, Arturo Freites Roque, Luis Armando Abreu, O.[tilio]Vigil Díaz., Primitivo Herrera, Fernando Arturo Garrido, Juan Bautista Lamarche, Julio A. Piñeiro (sic), Fernando Arturo Pellerano, Enrique Aguiar, y mi primo Noel. Es una juventud que quizás tenga más talento literario que la de Cuba, pero tiene todavía menos cultura que aquélla.» (BVega, p. 214).
El precio de esa incultura la pagará aquella juventud “ruidosa y quisquillosa” cuando al volver al país en 1931 a ocupar el cargo de Superintendente General de Educación, PHU encuentre a casi todos sus miembros formando parte de los mandos culturales de la dictadura de Trujillo, quien les había heredado el 23 de febrero de 1930 de Horacio Vásquez, Jimenes y el resto de pequeños partidos que ayer, como hoy, eran la bisagra de los grandes, producto todos de aquella alocada movilidad que vegetaba en torno al presupuesto del Estado clientelar, único lugar donde se ejercía la acumulación de riquezas desde 1844. Mucha tinta se ha escrito sobre esta colaboración de PHU con la dictadura, pero huyó a tiempo, mientras los demás sucumbieron a la vida muelle y a los fastos de la dictadura.
La segunda parte de la misiva de LF a PHU es más importante debido al reconocimiento de la superioridad intelectual de ese joven que todavía, en La Habana donde ella le escribe, a los 21 años, ha madurado lo suficiente para convertirse, tres o cuatro años después, cuando emigre a la capital azteca, en el mentor de la juventud intelectual de aquella urbe: «Contigo me ha pasado lo que á ciertos maestros viejos á quienes se le agotaban los conocimiento que debían transmitir á sus alumnos i llegaba un momento en que estos sabían más que él (sic), quedando pues anulada la autoridad del maestro.» (BVega, p. 156). Redacción rara para esta maestra culta. Hubiera eliminado la ambigüedad semántica y rítmica si hubiese escrito: “estos sabían más que el maestro, quedando anulada su autoridad”.
Muy convencida de lo que decía estaba LF, que remacha de nuevo sobre la amplia cultura y sabiduría de este joven triunfador, quien publicó en La Habana su primer libro, Ensayos críticos en 1904, su credencial ante aquella intelectualidad mexicana, encabezada antes de su llegada, por don Justo Sierra, ministro de Educación del porfiriato.
Don Justo exclamó en presencia de los miembros del Ateneo de la Juventud, cuando PHU leyó, en la velada del 26 de enero de 1910, en honor de Rafael Altamira, su trabajo sobre Hernán Pérez de Oliva: «¡Cuántas cosas sabe Ureña»! «¡Cuántas cosas!» (BVega, p. 160). Esto lo dijo don Justo.
LF escribió lo siguiente en la carta que analizo: «Digo esto a propósito de tus trabajos. Los leo, lo[s] encuentro buenos i si se me ocurre alguna observación me digo: ‘él sabe de esas cosas ya mucho más que yo, acaso tenga razón i yo estaré en el error’ (…) Hablo sinceramente. Cuando escribiste ‘sobre antología’ se me ocurrió hacer algunos reparos, pero pensando lo mejor concluí por estar casi de acuerdo contigo en todos sus puntos.» (BVega, p. 156).
Concluye su misiva con una nota de desolación, al constatar que casi todos los miembros del salón Goncourt han desertado: «Vivimos aisladas actualmente. Ha sonado la hora de la deserción i uno tras otro hemos visto alejarse los amigos que animaban el saloncito. Juan F. Sánchez, de los pocos que queda, se ausenta también para La Vega. (…) Acaso en día no lejano volverán ustedes los fundadores… i los otros.» (BVega, p. 156).
XIII
Recuérdese que en la undécima carta LF abdicó la carrera literaria, pero en la duodécima ratifica cabalmente ese designio: «Pero no te asustes sin embargo i vayas a creer que voi a ensayar de nuevo aquellos vuelitos literarios de marrano. Ya eso se acabó, yo dejo el campo a los que como ustedes [Max, Pedro, DC] han de producir obra bella i útil. Me conformo con paladearla [,] eso me basta.» (Bernardo Vega. “Treinta intelectuales dominicanos escriben a Pedro Henríquez Ureña”. Santo Domingo: Academia Dominicana de la Historia, 2015, 201). La expresión vuelo literario de marrano equivale a imposibilidad.
Esa carta del 1 de agosto está cercana al gran estallido del 16 de septiembre de 1910 que inició la caída de la dictadura de Porfirio Díaz y provocó la salida del Sócrates dominicano a La Habana en abril de 1911 y luego su regreso a Santo Domingo después de diez años de ausencia. Esa carta es tan reciente y contemporánea del viaje de PHU a su país, que se me imposibilita creer que una de las primeras visitas de PHU a familiares y amigos no fuera a casa de Leonor, Clementina y su madre Margarita Feltz.
La maestra se apaga y la vida tormentosa que le ha tocado vivir es, una vez más, la programación emocional que le inculcaron entre los tres y siete años y que, inconscientemente, reitera a PHU en la misiva de marras: «¡Qué falta de aspiraciones [,] qué inercia [,] qué desidia! Pensarás tú, pero has de saber que en mí predominan la tristeza i la pereza característica de nueva raza (ni siquiera la arrogancia) i que la vejez acentúa cada vez esas cualidades negativas. Tan anulada me siento que [no, DC] me queda ni ‘el dolor de no ser lo que yo hubiera sido’.» (BVega, 201).
Luego de quejarse de la ingratitud de Max, quien no responde las cartas suyas, pero que le envía libros, LF le refiere a PHU lo siguiente acerca de la personalidad de su hermano, lo que es pertinente para el estudio de la sicología del futuro escritor y político: «Max, ese ingrato que no merece el cariño que le tenemos, te habrá dicho cómo vivimos. Mientras él estuvo aquí, con su verbo de Animador, con su privilejio especial de comunicar entusiasmos, con la aparente frivolidad con que hace olvidar las amarguras de la vida [,] nos hizo un bien inestimable.» (BVega, 201).
Y ratifica LF a PHU el carácter festivo y relativista de su hermano: «El saloncito Goncourt brilló unos días con la alegría que le prestó su presencia: reanudándose las buenas lecturas, la crítica al vuelo, las amenas conversaciones. Hoy ha vuelto a su silencio habitual, turbado apenas por algún nuevo concurrente. Y[,] sin embargo, Max no nos ha escrito. Lo hubiera creído todo, menos eso. Sufrimos cruelmente con su silencio.» (BVega, 201).
Esta queja no es hipérbole. LF está en la línea fronteriza del romanticismo que todavía a finales de siglo XIX no ha terminado del todo para la somnolienta Capital y los atisbos del modernismo rubendariano que en Santo Domingo adoptarán la hibridez del Fabio Fiallo romántico-modernista. Recuérdese también que la correspondencia literaria fue el aquel punto y hora la forma de comunicación perfecta entre literatos que tenían afinidades comunes y vivían a miles de kilómetros de distancia.
De ahí que la mayoría de las misivas de LF a PHU tengan ese dejo de amargura al no recibir respuestas rápidas. Y como recuerdo de días lejanos, LF les menciona a Max y PHU el “saloncito Goncourt”, para embargarles de nostalgia: «Recuerden siempre que [,] aunque de lejos i apartados, Jules i Edmond siguen con amor sus huellas.» (BVega, 201). Es decir, los humanos franceses Goncourt, cuyo apellido lleva la peña literaria de las hermanas Feltz. Estos recuerdos y nostalgias producirán, en octubre de 1909, la famosa segunda parte de la carta de PHU a LF, “Días alcióneos”. La primera parte está dedicada a Antonio Caso y Alfonso Reyes, con fecha de enero de 1908 y que figuran, ambas partes, en el libro de PHU, “Horas de estudio” (París: Ollendorf, 1910) y que LF se queja de no haberlo recibido.
LF evoca los días del salón Goncourt: «Cuando recuerdo aquellos días, en que creamos un ambiente literario donde respirar con entera libertad, rico en sanas alegrías, en hondas sensaciones estéticas, en grandes e injenuos entusiasmos, no puedo menos que sentir su añoranza i compararlos con la hora actual, triste i estéril para mí, que no he vuelto a gozar mejores días. Tú, al menos, has dado nueva i brillante orientación a tu espíritui [,] aunque no consagres al estudio todas las horas, aún tienes tus ‘días alcióneos’.» (BVega, 267).
La alumna, que pudo sobrepujar a su maestra Salomé Ureña en el terreno del ensayo que no cultivó, se nos aparece en esta última carta a PHU como una atleta noqueada por el medio, en pleno régimen autoritario de Mon Cáceres: «Si bien no he podido ahogar por completo el gusto por las ciencias, por la literatura, que un día constituyeron mi único ideal, te aseguro que estoi bastante apartada del movimiento general, i apenas leo algo de lo que a mis manos suele llegar (…) Tengo en mí rara sensación de un ser que hubiese muerto sin llegar a realizar sus aspiraciones. Acaso te parecerá extraño [,] pero es así. Llevo una vida necia, estúpida, opuesta en todo a mis gustos i sentimientos, consagrada a un solo culto, sacrificada a un solo objetivo: [¡] el deber!» (BVega, 267-68).
La maestra se desahoga ante el hijo sustituto: «Yo que fui siempre perezosa i triste como mi raza, he caído en una extrema laxitud. Ya ves que ni a mis amigos escribo.» (BVega, 268). ¿Cuál raza? ¿La africana, la haitiana, la afro dominicana?
LF describe el medio deletéreo que la ha reducido a la nada: «El dolor extremo como la extrema alegría pueden enjendrar algo; pero este ambiente gris en que me muevo es infecundo, ha matado en mí todos los jérmenes.» (BVega, 268).
Cierra su última misiva con el anhelo de leer “Horas de estudio” y con la exaltación de la futura grandeza que LF, al igual que Mercedes Mota, le profetizó a PHU a principio del siglo XX: «Quiero leerlo con el amor con que leo todo lo que produces, con esa noble vanidad que siento cuando te veo acercarte a la cima, aunque a veces tenga que hacer un gran esfuerzo para seguirte paso a paso i preveo que llegará un momento en que serás para mí inaccesible (…) Te veré desde el llano. ¿Quién me hizo mutilar las alas? ¡Acaso las anuló la convicción de que nunca alcanzarían tal vuelo!» (BVega, 268).
