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El Fouché de Stefan Zweig

Escrito por Debate Plural

Leonte Brea (Listin, 22-3-15) 

 

Aunque Stefan Zweig conoció de cerca a Freud, de quien era amigo personal, nunca empleó las categorías psicoanalíticas para caracterizar sus personajes. Y no fue por ignorancia, pues Zweig conocía bastante bien la llamada psicología profunda. Su biografía de Freud, que aparece en La Curación por el Espíritu, no deja ninguna duda de que había estudiado esta escuela psicológica. Era, además de admirador del científico vienés, su amigo, su compatriota y correligionario. Esto lo deja ver con un toque nostálgico en “El Mundo de Ayer”, cuando nos dice, refiriéndose al padre del psicoanálisis, “en los momentos más sombríos, la conversación con un hombre de alto valor espiritual puede proporcionarnos gran consuelo y fortalecer nuestra alma”.

Pero Zweig no dejó de hacer psicología cuando proyectaba, con su fuerza espiritual, la percepción que se había forjado de los hombres comprometidos en los afanes de poder. El hecho de que no empleara conceptos académicos en sus novelas y biografías no implica que su narrativa no fuera lo suficiente aguda como para penetrar en las zonas más recónditas del ser humano. Zonas que exploró con suficiente audacia en el inconsciente freudiano, en la sugestión hipnótica de Mesmer, en la psicología del milagro de Mary Baker, en la capacidad de acción y silencio de Magallanes, en la vida íntima de la mujer, en la voluntad y en la creatividad prodigiosa de un H‰ndel y en el deseo insaciable que tienen los hombres por el poder, cuya expresión quedó plasmada en “Magallanes”, cuando afirmó: “Nunca se ha visto en la Historia que un vencedor se vea saciado en la victoria, por grande que ésta sea”. Esta incursión en los laberintos psicológicos de tantos personajes le permitió mostrarnos un ser humano con todas sus miserias, sus pasiones y virtudes. Es más, pensamos que esa libertad para expresar sus ideas y su rebeldía para aceptar estrictos cartabones metodológicos fueron los elementos determinantes de sus éxitos como escritor y como conocedor profundo del ser humano en toda su expresión.

Este rodeo por la selva de la psicología y del psicoanálisis para acercarnos a la figura mefistofélica de Fouché, podría parecer innecesario. Pero no es así, pues nuestra intención, en esta etapa del abordaje del personaje, es comprender las razones que llevaron a Zweig, explorador inmenso del alma humana, a interesarse por José Fouché, quien, según su criterio, había sido un personaje arrinconado por la historia a un papel de segundo orden, no obstante haber sido, según Balzac, “uno de los hombres más extraordinariosÖ de su época”.

Imagen poco conocida
Esa imagen de Fouché, completamente desconocida por el pensador austriaco, la encontró en la novela “Un Asunto Tenebroso”, de Balzac. De ella brota, en una sola página, la presencia del político francés con una agudeza y templanza impresionante. Podría decirse, incluso, que el talento y el prestigio del novelista francés tuvieron mucho que ver con su rescate histórico, pues Zweig, admirador de Balzac, quedó intensamente impactado cuando este último lo describe como: “Un genio peculiar ñescribeñ, que causaba a Napoleón una especie de miedo, no se manifestaba de golpeÖ Bajo el Directorio se elevó a la altura desde la cual saben los hombres de espíritu profundo prever el futuro, juzgando rectamente el pasado”.

Es evidente que Zweig, con la biografía de Fouché, pretende, como él mismo dice: “hacer una aportación a la tipología del hombre político”. Seres, como José Fouché, hábiles, audaces, oportunos, “sin carácter” o convicciones, es decir, capaces de hacer lo que tengan que hacer para conseguir o mantenerse en el poder: ya sea como profesor, sacerdote, saqueador de iglesias, comunista, conservador, millonario o regicida. Ese modelo de político, denominado por él como “maquiavélico”, lo procura rastrear a través de la práctica política de este ser sinuoso que jamás conoció la lealtad y los escrúpulos morales. Pero no sólo en la introducción de la obra se refiere Zweig al carácter maquiavélico de Fouché, también lo hace cuando lo califica de discípulo de Maquiavelo, “genio maquiavélico” y de “amoral maquiavélico perfecto”.

Retrato psicopolítico
Lo describe exactamente como un hombre alto, anémico, nervioso, feo, y débil. Muy próximo al asténico de Kretschmer. Sugiere que estos rasgos tan inadecuados para el trabajo duro de marinero, como habían sido sus familiares por tradición, fueron los que motivaron a sus padres a inducirlo a la vida monacal. Esa fealdad y debilidad de las que habla Zweig, pudieron constituir el impulso esencial que llevó al futuro Duque de Otranto a la búsqueda de poder y riquezas a fin de compensar sus carencias fundamentales: fuerza física, belleza y dificultad para hablar en público, pero no talento, que sí le sobraba.

La deslealtad, su incapacidad para seguir principios y para agradecer los favores recibidos fueron los rasgos que mejor caracterizaron la personalidad de Fouché. Sólo es fiel al que está arriba mientras esté arriba, por eso no se liga a nada ni a nadie. En él, por consecuencia, no aparece el remordimiento ni los sentimientos de culpa cuando acciona para aprovechar una debilidad de un enemigo o de un amigo en desgracia, pero tampoco cuando lo hace para obedecer un poder estatuido, sin importar la bajeza de la acción ni a quien pueda perjudicar con ella. De ahí que no siente ningún reparo, culpa ni vergüenza en traicionar a los girondinos y a los jacobinos cuando conviene a sus intereses; a la iglesia, que le sirvió por casi diez años; a su amigo Condorcet, el gran orador de la Gironda; a d`Herbois, su compañero de aventura siniestra en Lyon; a Barras, que lo protegió en los momentos de desgracia y miseria; a Bafoeuf, a quien utilizó para incitar la rebelión contra Barras; y a Napoleón que, a pesar de desconfiar de él, lo mantuvo en la dignidad de Ministro de Policía. Nos habla, asimismo, del manejo diestro del silencio, de su sangre fría, de su capacidad para simular y de su actitud calculadora que lo lleva inclusive a controlar su pasión por el poder. Esa es la razón por la que el escritor vienés califica a Fouché como un político que no busca principalía, pues su gran obsesión consistía en tirar, tras bambalinas, de los hilos del poder. Y a ese quehacer dedicó, muchas veces de manera furtiva, todas sus energías.

Concibe, pues, al “Mitrailleur de Lyon” como un ser sin carácter, es decir, sin convicciones ñno débilñ, que nunca asume posiciones definitivas; taimado y con gran dominio de sus emociones, por lo que nunca “se enfada visiblemente, nunca vibra un nervio de su cara”. A seguidas dice, empleando esta vez la tipología hipocrática, que el genio tenebroso “en lo psíquico pertenece a la raza de los flemáticos, de los temperamentos fríos”.

La imagen de Fouché proyectada por Zweig es la de un hombre paciente, calculador, de apariencia humilde, osado, cínico, tránsfuga, cruel cuando es necesario, traicionero, trabajador, amante de la información, elusivo cuando así se requiere, con gran olfato de las situaciones conflictivas, intrigante, ambicioso, adulador, demagogo, pragmático, sin un ápice de sentimentalismo, apostador, hábil en las jugadas políticas, sin escrúpulo de ninguna clase y persona que no confía a nadie sus verdaderas intenciones. En fin, y no obstante la antipatía que siente por el Duque de Otranto al punto de llamarlo el genio tenebroso, Zweig dibuja los rasgos de un hombre de acción muy particular: el de un político calculador, pero a la vez decidido, osado y audaz.

Fouché: político maquiavélico
Nuestra síntesis de la personalidad de Fouché, basada en la biografía de Zweig, realiza sobradamente el carácter maquiavélico, es decir, al tipo político propuesto por el pensador austriaco en la introducción del texto: Fouché: el genio tenebroso. Modelo bastante conocido por Zweig por haberlo presentado en Erasmo de Rotterdam cuando comparó las actitudes, tan opuestas ante la vida y la política, entre Erasmo y las del político maquiavélico. Actitudes concordantes, estas últimas, con las exhibidas por José Fouché en su quehacer político.

En el apartado anterior presentamos la mayor parte de los rasgos básicos del genio tenebroso. Pero no estamos conformes con tal descripción porque no satisface plenamente nuestro propósito: establecer, en lo posible, las relaciones puntuales entre el accionar del Duque de Otranto y el modelo de político construido por Maquiavelo y los de otros especialistas en la temática.

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APROXIMACIÓN A ESTAS RELACIONES

.-Remarca la falta de carácter de Fouché ñser sin conviccionesñ que lo lleva a ser un caso excepcional porque, de acuerdo con Maquiavelo, los hombres tienen siempre las mismas pasiones y por lo tanto tienden a actuar de manera parecida. Si Fouché es capaz de adecuarse a los tiempos y a las circunstancias, como así lo demostró en su vida política, sería en todo caso el ideal casi imposible maquiavélico. Eso lo lleva, sin ningún tipo de pudor, a ir siempre hacia donde sople el viento.

2.- Nos habla de su falta de lealtad y de compromiso con personas, principios y causas. Sólo se liga al poder, a lo que conviene, nunca con los derrotados ni con las minorías. Por eso no tiene ningún problema para incumplir la palabra empeñada.

3.- No sufre por problema de conciencia moral porque nunca la tuvo, lo cual le permitía hacer lo que se requería hacer para conseguir, mantener y ensanchar su poder.

4.- Presenta a Fouché con dos rasgos básicos maquiavélicos o como virtudes del héroe y del político de Gracián: capacidad para conocer a los demás (“la maestría para conocer el corazón humano”) y para ocultar sus verdaderas intenciones, es decir, el autodominio que tanto Gracián admiraba en los estoicos. Esto último le permitía ser un gran simulador y disimulador.

5.- Su templanza de ánimo, tan alabada por Platón y Weber, era consustancial a su forma de ser. Tanto Zweig, como el propio Madelin, destacan su sangre fría lo que le permitía dominar sus emociones en los momentos de grandes peligros y de intrigas tan osadas que podrían llevar a cualquier persona a desestabilizarse psicológicamente. Esa actitud consustancial al genio tenebroso, lo lleva a afirmar que “es el más perfecto intrigante de la escena política, en veinte disfraces, en innumerables episodios bajo los republicanos, los reyes o los emperadores, siempre con el mismo virtuosismo”.

6.- Esto último, más la falta de convicción, la claridad de meta ñel poderñ le permitían a Fouché soportar sin inmutarse las más despreciables humillaciones.

7.- No se comporta como bueno ante hombres malos, pero tampoco es cruel sin necesidad.

8.- Se refiere a su amor propio, a su pasión por el poder, pero carente de vanidad, rasgo que, según Weber, lo descalificaría para ser político.

9.- Lo describe, igualmente, como un ser calculador que actúa racionalmente tomando en cuenta los factores que intervienen o que podrían incidir en cualquier proceso, lo que le permite actuar con eficacia en las situaciones más complejas.

10.- Lo presenta con visión lejana. Característica importante en Weber, Gracián, Ortega y Maquiavelo. Por tal razón, actúa sin desmayo cuando comprende que toda demora atenta contra sus intereses, simpático cuando precisa ganar amigos para una causa o alguna situación que se avecina y se aleja del teatro de operaciones cuando vislumbra que estar presente implica un compromiso con acciones y situaciones perjudiciales a su interés político.

11.- Como Marañón, destaca el valor del gesto en el político pues “sabe que un gesto feroz y un ademán de terror ahorran casi siempre el terror mismo” O cuando señala ñrefiriéndose a Robespierreñ “Y, como siempre, los diputados obedecen temerosos a su gesto”.

12.- Enfatiza, como Maquiavelo, el papel del miedo en los procesos de poder.

13.- Habla de la soledad del despoder, de cómo los hombres son abandonados cuando caen en desgracia: “No cobra ya sueldo como diputado; su fortuna personal la ha perdido en una rebelión de Santo Domingo; nadie se atreve a colocar públicamente, a dar trabajo al Mitrailleur de Lyon; todos los amigos le han abandonado”.

14. Sabe manejar el secreto de Estado, es decir, “utilizarlo con tacto económico”.

15.- Fouché aprendió muy pronto que no se puede tener razón contra el jefe y que los consejeros pueden caer en desgracia cuando le muestran algún error o debilidad. Sabía que éstos “nunca agradecen… que se les llame la atención sobre una falta o un error. Es inmortal la historia de Plutarco del soldado que salvó la vida amenazada del Rey en la batalla, en vez de huir en seguida, como le aconsejó un sabio, contó con la gratitud del Rey y perdió así la cabeza”. Maquiavelo, en Los Discursos, le recuerda al capitán que obtiene una resonante victoria en el campo de batalla que, como “no podrá evitar los golpes de la ingratitud, que haga una de estas dos cosas: que inmediatamente después de la victoria deje al ejército y se ponga en mano de su príncipe, evitando todo acto insolente o ambicioso, de modo que éste, despojado de toda sospecha, tenga motivo para premiarle o para no ofenderle, o si esto no le parece bien, que tome animosamente la decisión contraria, y ponga todos los medios para convertir la conquista en algo propio, y no del príncipe”.

16.- Sabía que Napoleón conocía uno de los secretos del manejo del poder más antiguo: dividir a los validos, es decir, a sus colaboradores más poderosos.

17.- Es resoluto, una de las características más apreciadas por Maquiavelo.

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