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Mujeres dominicanas atormentadas: Leonor Feltz (II)

Escrito por Debate Plural

Diógenes Céspedes (Hoy, 29-10-16)

 

III

El vínculo de los Espaillat con los Nanita, y por vía de consecuencia, con Margarita Feltz y sus hijas, María Clementina y Leonor, fue expuesto en la entrega anterior. ¿Pero hasta dónde se remonta el vínculo con los Espaillat?

En Larrazábal Blanco no hay muchos datos sobre los Espaillat, pero en Familias dominicanast. III (SD: AcadDomHistoria, 1976, p. 113), aparece lo pertinente, que será completado por los estudios de ese apellido hechos por el Instituto Dominicano de Genealogía. El primer Espaillat documentado por Larrazábal fue Francisco Antonio, «…nativo de la región de Quercy, Francia [al sur entre los ríos Tarn y Garona, DC], (naturalizado español) y María Petronila Velilla, natural de Santiago, hija de Juan (o Francisco) Velilla y Francisca Javier de Aponte.»

Ese apellido Espaillat llegó al país en el siglo XIX, según apunta Larrazábal Blanco. Hasta el día de hoy, sobre todo en Santiago, los nombres más comunes asociados a este apellido son Francisco y Antonio, y el más sobresaliente de todos fue Ulises Francisco Espaillat y Quiñones, liberal conservador, amigo de Luperón y de los Henríquez-Ureña, presidente de la República en 1876, derrocado a los siete meses, como Juan Bosch, por los macheteros que ejercieron el poder casi ininterrumpidamente hasta el 23 de febrero de 1930.

Dentro de todos esos Espaillat, el último de la lista de VARIOS que aporta Larrazábal Blanco está Leopoldo, hijo de Pedro Espaillat y América Bidó. Pero también está, renglón arriba, Ignacio Espaillat, casado con Angélica Franco Bidó.

Para el caso del vínculo Espaillat con Nanita, interesa el perfil del Leopoldo (alias Polín Espaillat, a quien Rufino Martínez describe, en su Diccionario histórico-biográfico dominicano, citado anteriormente, p. 180, así: «De Santiago. Profesional de la política, en la cual se inició por el tiempo de las contiendas civiles siguientes al Gobierno de los seis años», (es decir, Báez, de 1868 a 1874). Y prosigue el Tucídides dominicano de esta guisa al trazar el perfil de Polín Espaillat: Se movió dentro del Partido Azul. Su carrera de armas fue el triunfo de una actividad desplegada honrosamente en diversas campañas relacionadas con los cambios de gobiernos.

Conspiró contra el régimen de Heureaux, y el año 1891, junto con Tilo Patiño, iba a ser fusilado en la Fortaleza San Luis, de Santiago, tras el aparato de la convencional decisión de un Gran Jurado, compuesto de los jefes más importantes del Cibao y presidido por el mismo Heureaux. Rechazadas por este las peticiones de todas las instituciones sociales de aquella ciudad, concedió el perdón ante la solicitud de la viuda de don Ulises Espaillat. Estudiado gesto de respeto a la memoria de un prócer, en defensa de cuyo Gobierno había hecho parte de su carrera de guerrillero, disimulando así un propósito político de índole personal.»

Continúa la saga de este Polín, reincidente perpetuo de conspiraciones antililisistas. En 1895 volvió a las andadas, pero tuvo que salir al exilio y regresó dos años después y terminó recuperado por«… la política oficial, y a la muerte del tirano era uno de sus amigos. Se inclinó después a Juan Isidro Jimenes, y derrocado este, era de los encarcelados que llenaban los cubos del Homenaje en la Fortaleza de Santo Domingo. Se le atribuye la paternidad del plan que culminó en el estupendo Golpe del 23 de marzo de 1903, pero en los días de sangrientas peleas que se sucedieron, figuró entre los que tuvieron momentos de dar por fracasada la aventura y se acercaban a las puertas de los consulados.»

En el Gobierno de Alejandro Woss y Gil, resultado de aquel Golpe, fue ministro de Guerra y Marina. Derrocado su Gobierno, se volcó hacia su antiguo enemigo, el horacismo, y según versiones ajenas a Rufino Martínez, el cambio de chaqueta obedeció al rechazo que en él suscitó «… la incontrolable criminalidad de un hijo suyo militante en el jimenismo.» Ese hijo fue Emilio, personaje de mi cuento “Epalyá”, pero es mejor que el lector acuda al Diccionario de Rufino para que sea las tropelías que cometió ese sicópata en el Cibao.

El hijo del general Polín Espaillat (-1924) fue otro hijo, Ramón Antonio, completamente distinto en carácter a Emilio, y que se casó con María Teresa Nanita de León, por donde queda establecido el vínculo con las Feltz, al ser estas hijas naturales de Dámaso Nanita, de Puerto Plata, coronel de las Reservas provinciales.

Las niñas Feltz se vincularon a Salomé Ureña porque su hermana, Ana –Nana– Ureña, fue profesora de primeras letras de las hijas de Dámaso y Margarita en la escuelita que esta dirigía en la propia morada de su madre, Gregoria Díaz de León –Manina–, para todos los Henríquez-Ureña de aquella época. Además, en esa escuelita estudiaron Mercedes Laura Aguiar y Mercedes Echenique, emparentada esta última con los Nanita, pues Manuel Mario Echenique (nativo de Azua), casado con María Consuelo Nanita de León, fue tío o primo de Mercedes Echenique, quien, al igual que la señoritas Aguiar y Feltz, fue de las maestras graduadas en 1887 en el Instituto de Señoritas que dirigía Salomé Ureña, hijas todas de la vecindad de la calle que hoy lleva su nombre y de la Luperón, donde moraron por primera vez las Feltz antes de mudarse a la calle Dr.

Delgado en dos ocasiones y en cuya casa se celebraban las famosas tertulias, local llamado Salón de las Goncourt, nombre proteico que le atribuyeron los asiduos (entre ellos Max Henríquez Ureña, el primero) como reminiscencias de Edmond y Jules Goncourt, los hermanitos literatos cuyo apellido honra todavía hoy un premio muy famoso que se otorga en París.

Los asistentes a aquellas tertulias al compás de los sabrosos dulces, bocadillos y el mejor pru del país, hechos por las Feltz, fueron Francisco Henríquez y Carvajal, sus hijos Frank, Pedro y Max, el primo de estos Enrique Apolinar Henríquez (Phocás) y su padre Enrique Henríquez, Eugenio Deschamps, Emilio Prud’homme, Sócrates Nolasco (Arístides), Rodolfo Coiscou Weber, Carlos Alberto Zafra y otros azules y hostosianos que venían del Cibao o Puerto Plata, tales Ulises Francisco Espaillat, Luperón, el maestro Dubeau, Eliseo, Arturo y Maximiliano Grullón (vese aquí la ligazón de este último con el grupo político-literario al ser uno de los mecenas que contribuía al sostenimiento económico del instituto y conocido de Leonor, quien se trasladó a Puerto Plata a educar a las hijas del político azul).

Pedro Henríquez Ureña, desde México, evocó aquellos momentos felices en “Los días alcionios” que figura en Horas de estudio (París: Ollendorf, 1910) como envío agradable a Leonor Feltz. Y dice Merche García Siragusa en su trabajo “La mujer más ilustrada de Santo Domingo”: «La destinatariade la dedicatoria es su amiga, Leonor Feltz, a quien Pedro se acerca en esas líneas expresándole afecto, admiración, amistad, cercanía, respeto, amor por la patria, ternura, gratitud, humildad. El homenaje, deviene en confesión, íntima, sin grandilocuencias, como a media voz.»

Agrega García Siragusa en su texto inédito:«La dedicatoria que encabeza el libro de PHU (…) es un hermoso texto que evoca la temprana juventud del escritor y los primeros años de su formación intelectual. Sorprende por su tono personal e íntimo, por la emoción (rasgo no muy frecuente en la sobria prosa de Henríquez Ureña) que reflejan las palabras, recuerdos de aquellos años en la ciudad natal.»

IV

El currículo burocrático de Leonor Feltz es bastante modesto. Apenas, si no yerro, tuvo en su vida tres empleos. Profesora en el Instituto de Señoritas, fundado por Salomé Ureña, de donde salió graduada como maestra normal junto a otras cinco mujeres más, en aquella histórica investidura.

Luego pasó a desempeñar las mismas funciones en el Liceo Dominicano que dirigió Emilio Prud’homme, el cual sobrevivió hasta finales de los años 60 del siglo XX. Su tercer empleo lo ejerció como directora de la escuela primaria “Padre Billini”, ubicada, en la Era de Trujillo, en la calle Mercedes. Y el último cargo fue el de directora del Museo Nacional, de 1932 a mitad de 1933, nombrada por recomendación de su hijo intelectual, Pedro Henríquez Ureña, cuando vino a ocuparse de la Superintendencia General de Enseñanza, a finales de 1931, fecha en que solicitó permiso a Trujillo para ir a París a ver a familia, pero en realidad fue una coartada para abandonar el país y enviarle al Jefe su renuncia al cargo desde el extranjero.

La profesora Mercedes García Siragusa cita un fragmento de un artículo del finado R. A. Font Bernard (publicado en el periódico “Hoy” el 4 de marzo de 2005, donde afirma lo que sigue: «A su llegada [se refiere a Pedro Henríquez Ureña, DC] se interesó en localizar a la señorita Leonor Feltz, quien según declaró, había sido la discípula preferida de su madre, doña Salomé Ureña, en el Instituto de Señoritas, y como tal, la institutriz de don Pedro y su hermano Max. Luego de muchas indagaciones, la señorita Feltz fue identificada como “la Madrilleta”, una dama de elevada estatura y tez morena, que apenas sobrevivía mediante la venta de frutas y dulces a los alumnos de la escuela Padre Billini, cercana a su modesto hogar. Mediante la recomendación de don Pedro, la señorita Feltz fue designada directora del Museo Nacional.»

Tan pronto estalló la noticia de la renuncia de PHU, Leonor Feltz corrió la misma suerte de su protector, al igual que un número considerable de miembros del clan Henríquez-Ureña que fueron designados por Trujillo a raíz de la entrada al gobierno de Max en el mismo puesto que le dejó a su hermano. Fue sustituida en el cargo por Abigaíl Mejía, desde 1933 hasta 1941, fecha de su deceso, y a la sazón flamante presidenta de la Acción Feminista Dominicana, embarcada en una colaboración estrecha con la dictadura a cambio del reconocimiento del derecho al voto de las mujeres, hecho que vino a materializarse en 1942 luego de que Trujillo entretuviera a las feministas durante casi diez años con ese caramelo que, como lo escribió Carmita Landestoy en su libro “Yo también acuso”, (Nueva York: Azteca Press, 1946), fue una instrumentalización del movimiento feminista para canalizarlo a la tercera “reelección” del dictador.

Este apodo de “las Madrilletas” aplicado a las hermanas Feltz aparenta ser un misterio filológico. Cuando PHU indaga sobre el paradero de Leonor, la discípula predilecta de su madre, las generaciones nuevas que sustituyeron a las de los Henríquez-Ureña de la época del salón Goncourt, así como la gente mayor que sobrevivió a Salomé y Francisco Henríquez y Carvajal, se habían esfumado. Es como si el apellido Feltz hubiese desaparecido de la memoria de los habitantes de las diecinueve cuadras del casco colonial.

¿Cómo se produjo la suplantación del apellido Feltz por el apodo de las Madrilletas? Aparte de entuerto filológico, es también entuerto lingüístico. Quizá de difícil pronunciación para la clientela del barrio, el apellido de Leonor y Clementina fue suplantado por uno de igualación silábica y un posible cambio de la oclusiva sonora g por la oclusiva ápico-dental sonora d. Pero hay lugar para preguntarse, ¿cómo supo la clientela del barrio que el apellido de Margarita Feltz, madre de Leonor y Clementina Feltz, hijas naturales de Dámaso Nanita, era Magrillet?

La profesora García Siragusa cita al finado Eduardo Matos Díaz, quien en su libro “Santo Domingo de ayer” (SD: Taller, 1984, pp. 84-85), describió “los ventorrillos” de la Capital “en el primer cuarto del siglo XX”, y quizá sea por esta cita que el genealogista y el investigador literario deban comenzar a fin de que emerja, del fondo del olvido, esta historia familiar de las Feltz.

Según Matos Díaz, «…estaba entonces la ciudad llena de ventorrillos. A la cabeza, por ser el más acreditado, se hallaba en de las Madrilletas, ubicado primero en la calle El Conde, al lado del Palacio Municipal, o sea, el de la torre del reloj público y después en la calle Salomé Ureña, entre la José Reyes y la 19 de Marzo. Se le llamaba así porque ese era el mote que el pueblo había puesto a sus dueñas, dos hermanas de apellido Feltz, según se me ha informado, su madre, natural de Curazao, era de apellido Magrillet.» ¿El pueblo, creador del mote? ¿Cuál pueblo?

Vuelvo a plantearme el enigma: si era Feltz el apellido de la madre, cómo viene a dar en Magrillet. ¿Cómo vino a parar a Santo Domingo desde Curazao? ¿A hacer qué? Ese apellido Magrillet plantea un problema: culturalmente es apellido francés. ¿Pudo ser Margarita Feltz haitiana, martiniqueña o guadalupeña avecindada en Curazao? ¿Es Magrillet una corruptela de Margaret inventada por la clientela del barrio? Si Rufino Martínez deja caer sutilmente que Dámaso Nanita era de posible origen haitiano, ¿es posible que la madre de las Feltz también fuera de origen haitiano? Misterios por dilucidar. Si Magrillet es posible corruptela, ¿no sería Matrillé una opción a tomar en cuenta? En fin, estas son conjeturas que en nada resuelven el enigma de las Feltz. No hay que fiarse de la filología espontánea de los ingenuos, sobre todo cuando existe el método filológico y el lingüístico, además de la historia cultural y la genealogía.

Por de pronto, he aquí el comienzo del epistolario entre esta mujer atormentada, atrapada en medio de dos siglos violentos y patriarcales, cuya vida es un misterio que la historia de la pedagogía dominicana nos devuelve hecho calle y escuela.

Aspiro a que algún devoto de Leonor recopile en un volumen sus escritos y se emprenda una búsqueda de sus huellas en archivos, revistas y periódicos dominicanos y extranjeros a fin de establecer su verdadera biografía que, talvez, la pobreza y los sobresaltos económicos de la vida impidieron que una intelectualidad capitaleña, con pujos “aristocráticos”, escribiera los hechos sobresalientes de la vida de la excelsa maestra y guía de dos grandes: Pedro y Max. El magisterio y la escritura fueron su vocación, pero incluso trunca esta última por los motivos que se verán en el estudio de la correspondencia entre Leonor y Pedro Henríquez Ureña, así como por las informaciones colaterales de la tía Mon (Ramona Ureña), me adentraré en la subjetividad de aquella peregrina digna de mejor suerte.

 

 

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