Cultura Sociedad

Hillary, “compre uno y llévese dos”

Escrito por Debate Plural

José Rafael Lantigua, ex ministro de cultura República Dominicana (D. Libre 5-11-16)  

 

CON LOS PIES SOBRE la tierra, Hillary Rodham supo desde muy joven que debía labrarse su porvenir a su propio ritmo y siguiendo sus propias metas. Cuando estudiaba en Yale vio a Bill Clinton de cerca y no tuvo dudas de que él era la conquista que debía agenciarse para ser feliz. No previó, empero, que esa felicidad tenía que pasar por momentos muy difíciles que afectarían su vida.

Bill acababa de llegar de Harvard, donde había estudiado con una beca y se incorporaba a Yale a continuar sus estudios. Durante días, ambos intercambiaban miradas sin ningún acercamiento formal de parte del joven entonces melenudo, con ínfulas vikingas, como ella lo definiría. Una tarde, en la biblioteca de la universidad él volvió a mirarla varias veces y ella a devolverle la mirada. Al cabo de media hora, ella se levantó de su asiento y se acercó a Bill: “Si vas a seguir mirándome así y yo voy a seguir devolviéndote las miradas, será mejor que nos presentemos. Yo soy Hillary Rodham”. Bill se quedó sin habla, pero desde ese momento ambos supieron que habían nacido el uno para el otro. Se entendieron pronto. Con él, ella podía hablar de política, de libros, de cine y de la música country. Ambos se amancebarían en 1971, hasta que años más tarde, el pastor metodista insistió en oficiar el matrimonio, que Bill le había pedido a Hillary pero que ella se negaba a consumar hasta que no estuviese segura de que sus proyectos de vida estaban debidamente encauzados y de que su matrimonio habría de ser para siempre.

Hillary había sido una estudiante modelo, activista social, defensora de los negros y de los inmigrantes, luchadora por los derechos de los niños, y en especial por los niños con minusvalías físicas a quienes se les impedía ir a la escuela, una oradora enérgica que había merecido reportajes de la revista Life, opositora firme a la guerra en Vietnam y Camboya (“ilegal y anticonstitucional” llamó a estas guerras), una de las más dinámicas dirigentes para conseguir –como finalmente ocurrió al iniciar la década de los setenta- que se rebajara la edad de voto de los jóvenes de veintiún años a dieciocho, una tenaz investigadora cuando deseaba demostrar los errores políticos de sus adversarios o cuando hizo público que en EUA los delincuentes juveniles guardaban prisión junto a los adultos y, en una ocasión, se dedicó un verano a lavar platos y a limpiar salmones en Alaska para pagarse los gastos de sus vacaciones.

Fue en la década de los sesenta cuando se inició su vieja enemistad con el FBI, que aún perdura. Para entonces, combatía a J. Edgar Hoover porque “se infiltraba en los grupos disidentes y, en algunos casos, infringía la ley con el objetivo de desmantelarlos”. Eran tiempos alborotados en Norteamérica a causa del odio racial, el ejercicio político feroz y el surgimiento de la generación beat, las batallas libradas por grupos minoritarios en franca insurgencia desde el Greenwich Village y la revolución hippie desde los claroscuros de la psicodelia del festival de Woodstock en la granja de una familia neoyorquina. Hillary acababa de participar junto a Bill en la campaña presidencial de Mc Govern, donde ambos se dieron cuenta que aún tenían “mucho que aprender sobre el arte de las campañas políticas y sobre el poder de la televisión”. Pero, el 17 de enero de 1972, ocurriría el escándalo político más tortuoso de la historia de Estados Unidos: Watergate. Por sus dotes profesionales, ella fue escogida como parte del equipo de cuarenta y cuatro abogados que laborarían en el proceso de impeachment contra Richard Nixon. Tenía entonces veintisiete años y asumió el reto como una responsabilidad histórica. Se hizo famosa como investigadora tenaz y valiente, y cuando todas las grabaciones obtenidas o facilitadas por la propia Casa Blanca demostraban que Nixon había encubierto la operación en el hotel de Washington, el presidente norteamericano no tuvo más remedio que renunciar. Los participantes en el impeachment de 1974, Hillary entre ellos, obligaron –en sus propias palabras- “a un presidente corrupto a dimitir y fue una victoria de la Constitución y de nuestro sistema legal”.

Hillary se dedicó entonces por entero a la política. Trabajó arduamente para llevar a su marido a la senaduría de Arkansas y pronto se dio cuenta que el ejercicio político conllevaba el desgarro que producen las calumnias y el juego sucio. Fue en esa contienda electoral, que Bill finalmente perdería, que vio de cerca “la eficacia de las mentiras y la manipulación de una campaña”, cuando los republicanos atentos al avance de la candidatura de su esposo, lanzaron “una batería de ataques personales y trucos sucios”. Le faltaba mucho aún para terminar de conocer los alcances de la bajeza que la política puede generar. “La política presidencial es un deporte de contacto”, afirmaría luego. No se amilanaría. Tiempo después haría campaña para que Bill llegara a ser fiscal general y luego gobernador y senador de Arkansas, al tiempo que trabajaba a favor de la candidatura presidencial de Jimmy Carter. Bill seguía perdiendo y ella continuaba con más fervor la tarea de ayudarlo en su carrera política. De convicciones firmes, Hillary logró finalmente su propósito. De modo que, cuando años después, líderes del Partido Demócrata le pidieron a Bill que aspirara a la Presidencia, ella comenzó a ser parte activa de la propuesta con equipo propio.

Bill Clinton llegó finalmente a la Casa Blanca. Hillary estaba segura que no ejercería como una simple primera dama. Se hizo amiga de Jackie Kennedy de quien recibió valiosas orientaciones y abrió por primera vez en la historia el ala oeste de la mansión presidencial exclusivamente para su grupo de colaboradores, la mayoría de los cuales laborarían luego para llevarla a la senaduría de Nueva York y ahora siguen trabajando para que alcance el anterior cargo de su esposo. Hillaryland fue llamado aquel entramado burocrático, con logo propio y tan efectivo que, al día de hoy, sigue en pie. Con ese grupo ha enfrentado todas las difamaciones y cuestionamientos pagados que tanto ella como su marido han tenido que sufrir durante su ya largo ejercicio en la política. Algunos incluso se han disculpado públicamente de las mentiras propaladas. Ninguna de las acusaciones vertidas contra ambos, ni los innegables errores de Bill, le impidieron alcanzar cotas de popularidad sin precedentes en la historia política estadounidense. Bill se despidió en la convención que eligió a Al Gore como candidato a la presidencia, los delegados lloraban y cantaban al unísono una canción con un estribillo que decía “cuatro años más”. Ella llegó a obtener en las encuestas más de un 60% de simpatía.

Cuando Bill promovía su candidatura a la presidencia, dijo en una manifestación en New Hampshire que él tenía un nuevo eslogan de campaña: “Compre uno y llévese dos”. Lo dijo con la seguridad de que su esposa sería una colaboradora activa de su administración, como en efecto lo fue cuando él la designó para dirigir el programa por la mejoría de la sanidad pública. El eslogan pegó en el electorado que ya conocía las luchas de Hillary a favor de diversas causas sociales. Ella estaba decidida a ser una “copresidente” con su marido. El hecho puede ahora repetirse de forma inversa, dieciséis años después. Y Bill Clinton pasar a ser un “copresidente” en la administración de Hillary. El eslogan no ha sido utilizado esta vez, pero los republicanos no parecen ignorarlo. “Compre uno y llévese dos”. El martes sabremos si este objetivo, tan histórico como el de Hillaryland, puede ser alcanzado.

Libros

Historia viva. Memorias. Hillary Rodham Clinton

[Planeta, 2003. 619 págs.]

Una memoria personal que ofrece una visión íntima de un período extraordinario de la vida de Hillary Clinton y de la vida de Estados Unidos.

Mi vida. Bill Clinton

[Alfred A. Knopp/Random House, 2004. 1,145 págs.]

La historia total. Desde su nacimiento, hizo en agosto setenta años, hasta la entrega del poder a George W. Bush. “Creo que es una buena historia y me lo he pasado bien contándola”, dijo su autor.

Jacqueline Kennedy. El ícono de las mil caras. Alicia Perris

[Edimat Libros, 2005. 191 págs.]

Breve biografía, que incluye obviamente parte de la historia de su marido, y que concluye con su muerte, víctima del cáncer.

Amar a un niño. Nancy Reagan

[Ediciones 28, 1983. 285 págs.]

La primera dama Nancy Reagan creó en el gobierno de su marido el Servicio de Abuelos Tutores. Esta es la narración de cómo ella logró crear una nueva visión en el cuidado de los niños en USA.

Historia mínima de Estados Unidos. Erika Pani

[El Colegio de México, 2016. 271 págs.]

El pasado, el presente y el futuro de un país que empezó como pequeñas colonias británicas y llegó a ser la potencia hegemónica en el mundo.

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