Marcio Veloz Maggiolo (Listin, 8-7-17)
Cada obra literaria y cada texto que no sea el adocenado texto que copia resoluciones y formatos automatizados, cuando es un texto estético, es al fin y al cabo un reflejo del mundo que manejamos y que a la vez nos influye. Un traductor tiene por ello la obligación de entender lo que dice el autor y de transportar sus palabras en función de la realidad que el autor mismo ha querido representar. Se dirá que las obras clásicas del pasado, léase La Ilíada o Don Quijote de la Mancha, no pueden ser traducidas reproduciendo su contexto original, pero el contexto es, también el sentido cultural que las obras contienen, y que para lograr que pasen a la actualidad con algo de la misma frescura con las que fueron creadas, el traductor deberá nutrirse del ámbito histórico que conformaba las mismas, retornando culturalmente al pasado en el cual fueron generadas, un ámbito que en parte debe ser transferido al lector como porción de la traducción de la obra.
Como señala George Steiner, la lectura es siempre provisional. Por ende, también lo es la literatura. La provisionalidad está en el hecho de que no todos entendemos lo mismo cuando leemos, y en el caso del relato, la novela u otros géneros que algunos autores han llamado “mundos imaginarios”, aparecen momentos en los cuales el lector desciende en su capacidad de lectura e interpretación en función de ciertas incapacidades que impiden gustar la obra. El lector es un creador de lo creado. Recuerdo un notable ensayo de Vladimir WeidlË, pronosticando lo que llamo “El Ocaso de los Mundos Imaginarios”. La provisionalidad de un texto se hace, por tanto, real cuando el mismo decae en función de la incapacidad de gustarlo o entenderlo y cuando los valores sociales que lo encumbraron pierden vigencia.
Así, esa fluctuación de la cultura, se ve marcada por nuevos gustos que podrían reducir una gran obra a la incapacidad del lector de ser gozada, comprendida. Del mismo modo lo que ha traducido el buen traductor, puede ser parte de su propia relatividad. Desconfiando de las traducciones o porque no las había de calidad apreciable, autores varios aprendieron las lenguas en las que fueron escritas ciertas obras. Miguel de Unamuno, aprendió el danés para sólo leer a Kierkegaard. Me explico: la provisionalidad de lo escrito corre pareja con los cambios sociales y con las transformaciones del lector y de su entorno. Es verdad de Perogrullo decir que las obras se renuevan cada vez que son leídas.
Pero esa renovación corre pareja no tanto con su realidad intrínseca como por la “competitividad” de la misma frente a las nuevas tendencias estéticas o de fondo de la nueva literatura. Sin embargo, no quedan dudas que en muchos casos, un resumen vivo del pasado se asienta en las nuevas literaturas. Como en el caso de la Eva mitocondrial tan comentada y ahora llevada a la antropología genética como parámetro para entender la actual humanidad poseedora de su jugo vital, la obra literaria, la novela, digamos posee el gene de los primeros relatos hechos por los narradores que pensaron en decir la vida con textos híbridos consolidados en obras italianas del Renacimiento o autores, para el caso de lengua española, que fueron muchas veces más revolucionarios que muchos de los actuales, como es el caso típico de Fernando de Rojas, el autor de La Celestina o de algunos anónimos que dejaron en el poema épico la primera narrativa posible.
Toda obra literaria tiene dentro el germen de las sugerencias que hacen posible que siempre encontremos en ellas la novedad producto de apreciaciones nuevas. Por estas apreciaciones, consideramos clásicos a los fundadores del modo narrativo y del modo poético. Son la base de la sorpresa que debe tener dentro toda la literatura. De manera que un mismo texto leído años después, ya es para muchos de nosotros otro. Puede permanecer tanto por su novedad, como por su característica manera de narrar, de escrito capaz de crear tradición. Así pues la lectura o la apreciación audible y cíclica de los clásicos, por ejemplo, queda renovada cada vez que nuevas realidades vitales y culturales se incorporan a nuestro intelecto. El crítico de hoy, apreciando un pasado que se basa en el presente, trata de darnos los frutos nuevos que sugiere la sociedad de los valores nuevos. Recordemos que el romance hispánico que transfiere a la cultura popular su anonimato creativo, es también un gene literario, porque el romance es la forma viva de lo que leído sigue existiendo. Cada vez encontramos en ese modo literario, lo que puede aportar al conocimiento del presente y a la cultura moderna, lo mismo que al propio pasado, para entenderlo o tal vez recrearlo.
Leída en mis años de infancia Los trabajadores del mar, novela de Víctor Hugo, me pareció un formidable relato que proporcionaba al joven lector de aventuras una sensación marcada por la angustia y la tormentosa vida de sus personajes. La visión juvenil se transformaría luego en visión social adulta, porque como lector nuevo, con formación más completa, ideológicamente más compleja, encontraba en la novela aspectos de la vida cotidiana que no me sirvieron como referentes en las primeras lecturas. Mi enriquecimiento cultural me llevaba a considerar nueva la lectura vieja, yo y ustedes la enriquecíamos creando mundos comparativos, nuevos paisajes de los que no podíamos hacer uso óno me gusta la fraseó antes, porque antes no teníamos las experiencias con las que ahora los percibíamos.
El lector tiene ante sí un texto, pero igualmente, en su transcurrir vital un conjunto de acumulaciones culturales que le hacen cambiar constantemente. Ningún lector de los dedicados a releer aquello que lo impresionó una vez, es lector fijo y permanente de lo leído y asimilado. Los lectores no sospechamos que debemos leer la misma obra cada varios años para seguir siendo buenos lectores. Por lo tanto, siguiendo las coherentes palabras de Steiner, todas las interpretaciones de lo leído son provisionales. Dicho mejor por el filósofo, “Todas y cada una de las lecturas, en el sentido más amplio del término, todas y cada una de las cartografías hermenéuticas, son provisionales, incompletas y, posiblemente erróneas”.