Recordar lo que una vez nos llegó como algo instantáneo es un ejercicio que no se aprende en un día. Además las instantaneidades no dejan dentro de nuestras mentes una marca importante, y por ello veces no se aprende nunca a traerlas como algo pensable, manejable, con forma que pueda luego distinguirse, porque lo instantáneo es a veces tan incorpóreo como la luz inesperada de un cocuyo que en vuelo lumínico y casi metálico, pasa, roza los hierros de la balconada, y demuestra que toda sorpresa lumínica es impredecible y solo perdurable en el recuerdo si se aprende a enfatizar la memoria.
Hay instantaneidades interiores, poco manejables, y las hay exteriores. Las primeras son parte de la naturaleza que nos rodea, las segundas son a veces signos del mundo interior que llevamos como significado de las cosas. Y es que lo instantáneo tiene como cuerpo de su ilogicidad, la sorpresa. Tiene, si se quiere dos sexos; a veces puede ser “lo instantáneo” y otras “la instantaneidad”. Hay instantaneidades ajenas a nuestra biología, voces de la naturaleza expresándose casi sin anuncio y las hay producto del pensamiento cuando comienza a resquebrajarse, a doler, como diría el poeta Manuel José Othón, (1) angustiado por la instantaneidad del malestar interior en aquellos versos desgarradoramente románticos: Su verso “me duele el pensamiento cuando pienso” utilizado en los Liceos y colegios de la escuela secundaria como hipérbole, podría ser también una metáfora romántica sobre la cefalalgia, pero es un grito al comprobar, con un gesto de instantáneo dolor, el desolado interior, del ruinoso mundo de la amada. “Do se alzaban los templos de míos diosas/ya sólo queda el arenal inmenso, /quise entrar en tu alma y ¡que descenso!/ qué andar por entre ruinas y entre fosas/ ¡a fuerza de pensar en tales cosas, /me duele el pensamiento cuando pienso!”
Como en un escrito anterior he hablado de antologías de temas y atributos que no parecen fáciles de antologar y lo peor, de “coleccionar,” acontece lo mismo con las instantaneidades, las sorpresivas muestras de expresiones y formas en las que nunca pensamos que rehúyen el análisis, como lo es el descubrimiento de músicas que no sabíamos existentes. “Me duele el pensamiento” decía el bardo. Con estas expresiones de la instantaneidad comprendemos por qué el hombre inventó los dioses, por cuáles razones relampagueantes o sombrías, el ser humano confirió importancia a parte de su naciente lógica, dolorosa como un parto, o trató de explicarla al insertarse en los ruidos y luces que parecían logos, pensamientos, voces de los demiurgos, reflejos de una lucha divina e interior concertada con espadas de fuego entre divinidades siempre en desacuerdo.
Lo instantáneo predominó, sin testigo, desde el comienzo de los siglos cuando hubo de ser “lo instantáneo virgen”, (todavía debe existir alguna instantaneidad desconocida) hasta que ciertos animales con capacidades especiales para la percepción, pero con menos capacidad para hacerla un pensamiento, o para entender las razones de tanta sorpresividad, respondieron creando sus propias instantaneidades, como la de imitar el fuego nacido de la tormenta, “instantaneidad domesticada” que pudo haber dado inicio a la cultura dominable, digamos, a la imitación de un producto que como el fuego, en principio fuera, mientras no hubo captación y miedo, presencia terrible y luz enceguecedora administrada por los dioses que se escondían de su propia luz para evitar miradas todavía provisionales en un universo prístino.
La instantaneidad, en la medida en la que el universo se complicó con millares de vidas de todo tipo, con millones de formas sensibles la temperatura, la luz, la humedad, el calor, los sonidos, los ruidos y su propia instantaneidad intrínseca, se fue haciendo parte de un vecindario universal.
Fue voz de la naturaleza predictora y murmurio de los chamanes o brujos que manejaron lo sorpresivo para orientar o inventar el futuro, dictando porvenires también presentados como instantáneos, complicándolos. La instantaneidad de lo posible rige hoy el pensamiento bélico y los himnos de paz se confunden con los gritos de guerra. En lucha consigo mismo, atado a la impersonalidad que le dio vida, lo instantáneo podría reducir a polvo estelar el mundo de Kepler y las ideas de Hegel, y el pensamiento completo del universo clásico, desde Los Vedas hasta Samuel Beckett. La sorpresa, amiga íntima y personalidad de lo instantáneo, espera en la caverna de Platón para mostrarnos cómo es el color verdadero de todas las instantaneidades. Como se clasifica la sombra de lo pensado.
(1) Manuel José Othón. “Envió”. Soneto. Othón, poeta romántico mejicano, (1858-1906). Según el poeta José Emilio Pacheco fue una especie de “modernista involuntario”. Dueño, por tanto, de un modernismo de corte sentimental, instantáneo, fruto de un dominio de la métrica en la que Darío fue casi al mismo tiempo una voz nueva en la lengua castellana.
