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Trump, Corea del Norte y el fin de la teoría de las Relaciones Internacionales (1)

Escrito por Debate Plural

Mir Alikhan (Sinpermiso, 27-6-18)

 

El tema dominante en los análisis de los medios de comunicación respecto a la política exterior del presidente Trump ha sido su imprevisibilidad. Aunque tiene implicaciones relativamente inocuas, por lo que se refiere a las mujeres envueltas en sus devaneos sexuales, la política ambigua y contradictoria en relación con la cumbre con Corea del Norte que acaba de concluir tiene el potencial de provocar un serio conflicto violento entre las principales potencias. En un artículo que trata de analizar las actitudes rusas en la materia, el Christian Science Monitor  asegura que “tratar de leer las intenciones de la Casa Blanca de Trump se ha convertido en un ejercicio para los expertos rusos en política exterior que hace que la antigua kremlinología parezca una ciencia exacta en comparación”.

Si bien puede dañar el prestigio de los padres fundadores de la teoría y la geopolítica de las IR (Relaciones Internacionales), la actual política exterior de EEUU se guía únicamente por el interés propio de, quizás, tres personas, y no por maniobras escrupulosas en el tablero de ajedrez mundial. Los 10 años previos en la interacción con los estados rivales han creado las condiciones para llegar hasta aquí; los análisis revelan una disposición creciente por parte del ejecutivo de dejar de lado el consejo de sus asesores más expertos sobre asuntos clave para el carácter de gran potencia de Estados Unidos. Añádase el apoyo de su predecesor a grupos rebeldes “moderados”, infamemente esquivos, en Siria, la denuncia de Trump del acuerdo nuclear iraní, su despreciativa retirada de los esfuerzos internacionales para hacer frente al cambio climático, y, ahora, la criticada gestión de la crisis de Corea del Norte a la lista de situaciones graves en las que el presidente de EEUU ha pasado por alto los consejos de los expertos a favor de un estilo más personalizado de gestión. La adhesión anterior sin más a las normas e instituciones internacionales está ahora superada, no sólo cuando choca con lo que se consideran los intereses del Estado, sino incluso cuando simplemente chocan con Trump.

Aunque los objetivos últimos de la hegemonía de Estados Unidos se han mantenido, la forma como conseguirlos parece cada vez menos coherente. El veterano corresponsal en Oriente Medio Patrick Cockburn señaló, durante los años de Obama, que “la política de Estados Unidos tiene un halo absurdo, como de Alicia en el País de las Maravillas todo es lo contrario de lo que parece ser”. La descripción de Cockburn, en alusión al desordenado modus operandi de la administración en Siria , sugiere una cierta tendencia a la irracionalidad, aunque la toma de decisiones políticas de la presidencia de Trump parece condenada a una volatilidad aún más preocupante.

La designación de John Bolton como Asesor Nacional de Seguridad y de Mike Pompeo como Secretario de Estado pueden acelerar catastróficamente esta tendencia, una vez descartadas las reglas de la negociación y la diplomacia en favor de la consecución de objetivos a corto plazo que están determinados por campañas de relaciones pública domésticas. Pero la inclinación de Trump a atribuirse todas las cosas positivas que suceden en la escena mundial puede significar que adoptará la estrategia de quedarse en un segundo plano, permitiendo que las dos Coreas trabajen de forma independiente para la consecución de sus diversos objetivos, y volver después a situarse en primer plano ante las cámaras cuando el comité Nobel llame a sus puertas, uniéndose a los Kissinger, Peres, y Suu Kyi en ese desgraciado panteón de ‘pacificadores’. Es, tal vez, este anhelo de adoración lo que explica su resistencia a arroyar el proceso, como ha acostumbrado hacer hasta ahora. Al suspender los ejercicios militares conjuntos de Estados Unidos y Corea del Sur, Trump incluso fue tan lejos como calificarlos de “muy provocativos”, algo sin precedentes.

No se puede tomar en serio que Trump este sinceramente preocupado por limitar la amenaza nuclear. Además de sus propios “planes para construir un nuevo tipo de armas nucleares tácticas, lanzadas desde submarinos, para contrapesar los avances nucleares rusos” -uno de los pocos programas de la era Obama que se han mantenido-,  todas las confirmaciones de los organismos de supervisión pertinentes del cumplimiento de Irán con los términos del Plan Conjunto de Acción General han sido descartadas con evidente desdén. La sección de “Economía” de la última edición de BusinessWeek, dedicada a Corea del Norte, pretende explicar este cambio drástico en la política de Estados Unidos. Se explaya sobre “el potencial como China” de la RPDC, que hacen posible sus “costas prístinas”, sus “grandes reservas de minerales, incluyendo hierro y tierras raras”, y su deuda barata y “muy poco negociada”, lo que podría ser un “golpe de suerte para cualquiera que la tenga en sus carteras de inversión cuando y si llega a buen término un acuerdo de paz con el Norte”. A pesar de todo este panorama color de rosa, sin embargo, los intereses empresariales no son un indicador fiable del interés de Estados Unidos por la paz en la península de Corea, ya que esos mismos intereses fueron marginados en Irán, donde las posibilidades de inversión habían tentado a las compañías estadounidenses y europeas antes.

Se ha hablado mucho del pensado rechazo o la reversión de las políticas de la era Obama por parte de Trump; la hostilidad parece trascender la mera mezquindad partidista, enraizada en un racismo extremo contra alguien a quién muchos votantes de base republicanos creen el “anti-Cristo.” Pero mucha menor indignación ha provocado la utilización por los demócratas del Congreso de precisamente la misma técnica con respecto a Trump, aunque sin la intolerancia xenofóbica. Wesley Pruden observa en el Washington Times que, los “demócratas, todavía sumidos en el fango de la pasada campaña presidencial, simplemente no pueden renunciar a su fantasía de que un milagro revertirá el resultado y llevará a Hillary a la Casa Blanca, después de todo”. En consecuencia, la dirección demócrata ha optado por ampliar su temor a la distensión con Rusia a Corea del Norte. “Ahora que la reunión tendrá lugar según lo previsto”, dijo el senador Charles Schumer a la prensa a principios de este mes, “queremos estar seguros de que el deseo del presidente de llegar a un acuerdo con Corea del Norte no acaba imponiendo a los Estados Unidos, Japón y Corea un mal acuerdo”, haciéndose eco de la ambigüedad sumada a las tretas empresariales de Trump, así como a la lamentable gramática de sus frases. “No podemos conformarnos con algo que pueda al final reducir la seguridad de la península, la región y el mundo”, ha afirmado el demócrata de más alto rango del Comité de Relaciones Exteriores del Senado, Bob Menéndez, porque sería incoherente con la larga tradición de EEUU de someter a las partes con las que negocia. Por otra parte, podemos recordar que la segunda fase del denominado “modelo Libia”, es decir, un cambio de régimen, tuvo lugar bajo una administración demócrata, después de unas negociaciones de desarme supervisadas por los republicanos.

 

 

 

 

 

 

 

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