Thierry Meyssan (RedVoltaire, 4-12-18)
La revuelta de los occidentales
La revuelta de las clases medias y populares de Occidente contra la clase superior globalizada comenzó en realidad hace 2 años.
Consciente de que, en relación con Asia, Occidente está en recesión, el pueblo británico fue el primero en tratar de salvar su nivel de vida saliendo de la Unión Europea y acercándose a China y al Commonwealth (“Sí” al Brexit como resultado del referéndum realizado el 23 de junio de 2016) [9]. Por desgracia, los dirigentes del Reino Unido no lograron concretar el acuerdo que esperaban obtener con China y están enfrentando graves dificultades para reactivar sus vínculos con la Commonwealth.
Más tarde, viendo como su industria civil se derrumbaba, una parte de los estadounidenses votó el 8 de noviembre de 2016 por el único candidato a la presidencia que se oponía al Nuevo Orden Mundial: Donald Trump. Se trataba de volver al «american dream» (el “sueño americano”). Por desgracia para esos estadounidenses, Donald Trump no tiene un equipo en torno a él –exceptuando a su familia– y solamente está logrando modificar –pero no cambiar– la estrategia militar de su país, donde la casi totalidad de los generales del Pentágono y de los altos funcionarios son hostiles a su política.
Ya ante el fin de su industria nacional y con la certeza de que están siendo traicionados por su clase alta, los italianos votaron el 4 de marzo de 2018 por los partidos antisistema: la Liga y el Movimiento 5 Estrellas. Esos dos partidos constituyeron una alianza de gobierno para poner en práctica una política social. Por desgracia para ellos, la Unión Europea se opone a esa política [10].
En Francia, en momentos en que decenas de miles empresas pequeñas y medianas que trabajaban en el sector industrial han ido a la quiebra durante los 10 últimos años, los impuestos –que ya clasificaban entre los más elevados del mundo– han aumentado en un 30% en ese mismo periodo de tiempo. Ahora cientos de miles de franceses han salido a las calles para protestar contra un alza de los impuestos que les parece abusiva. Por desgracia para ellos, la clase alta francesa se ha contaminado con el discurso que los estadounidenses rechazan. Esa clase privilegiada está tratando ahora de adaptar su política a la revuelta popular, en vez de cambiar de política.
Si se abordan por separado los casos de cada uno de esos cuatro países, seguramente aparecerán explicaciones diferentes para lo que en ellos sucede. Pero si los analizamos como un fenómeno único que se produce en culturas diferentes, veremos que los mecanismos son los mismos. En esos cuatro países, las clases medias están desapareciendo con mayor o menor rapidez –como consecuencia del capitalismo– y con ellas desaparece el régimen político que esas clases encarnaban: la democracia.
Los dirigentes occidentales van a tener que renunciar al sistema financiero que han construido y volver al capitalismo productivo de los tiempos de la guerra fría, o inventar una organización diferente en la que nadie haya pensado hasta ahora. Si no lo hacen, el Occidente que ha dirigido el mundo desde hace 5 siglos acabará hundiéndose en una serie de conflictos internos.
Los sirios han sido el primer pueblo no globalizado capaz de sobrevivir y de resistir a la destrucción que reinaría en el inframundo de Rumsfeld y Cebrowski.
Los franceses son el primer pueblo globalizado que se revela contra la destrucción de Occidente, aunque no tengan conciencia de que están luchando contra el enemigo único de toda la humanidad. El presidente Emmanuel Macron no es el “hombre de la situación”, no porque sea responsable de un sistema que ya existía antes que él sino porque él mismo es producto de ese sistema. Ante los motines que estallaron en su país, este presidente de la República Francesa no encontró nada mejor que decir –desde la cumbre del G20 realizada en Buenos Aires– que la reunión le había parecido un éxito –en realidad no lo fue– y que él mismo avanzaría más rápidamente que sus predecesores… en la dirección equivocada.
Cómo salvar los privilegios
La clase dirigente británica parece haber hallado su propia solución. Si Occidente en general, y Londres en particular, ya no está en condiciones de gobernar el mundo, lo conveniente es resignarse y tratar de salvar lo que sea posible salvar dividiendo el mundo en dos zonas. Esa fue la política que aplicó la administración Obama durante sus últimos meses en el poder [11], es la política de la primer ministro británica Theresa May y también la de Donald Trump, política que aplica con su negativa a cooperar y sus acusaciones estruendosas, primero contra Rusia y ahora contra China.
También parece que Rusia y China, a pesar de su rivalidad histórica, han tomado conciencia de que nunca podrán tener como aliados a las potencias occidentales que siempre han querido desmembrarlas. Esa es la idea que ha dado lugar a su proyecto de «Asociación de la Eurasia Ampliada»: si el mundo va a dividirse en dos, cada bando tiene que organizar su parte del mundo. Para Pekín, eso significa concretamente abandonar la mitad de su proyecto de «Ruta de la Seda» y redesplegarse junto a Moscú en la Eurasia ampliada.
Fijar la línea divisoria
Tanto para Occidente como para la Eurasia ampliada lo más conveniente sería fijar sin demora la línea divisoria. Por ejemplo, ¿de qué lado quedará Ucrania? Al construir el puente sobre el Estrecho de Kerch, Rusia buscaba cortar el país, absorber la región de Donbass, la cuenca del Mar de Azov y, posteriormente, Odesa y Transnistria. El incidente organizado en Kerch por el bando de los occidentales apunta a meter toda Ucrania en la OTAN antes de que el país se divida.
Viendo que el bando de la globalización financiera se hunde, muchos comienzan a tratar de salvar sus intereses personales sin preocuparse por los demás. De ahí viene, por ejemplo, la actual tensión entre la Unión Europea y Estados Unidos. Y el movimiento sionista siempre lleva la ventaja en ese juego, lo cual explica la rápida mutación de la estrategia israelí, que ahora está dejando Siria a Rusia para volverse simultáneamente hacia el Golfo Pérsico y el este de África.
Perspectivas
Teniendo en cuenta todo lo que está en juego, es evidente que la insurrección en Francia es sólo el comienzo de un proceso mucho más amplio que se extenderá a otros países occidentales.
Es absurdo creer que en estos tiempos de globalización financiera, algún gobierno –sea cual sea– logrará resolver los problemas de su país sin afectar las relaciones internacionales y recuperar simultáneamente su capacidad de reacción. El problema es precisamente que la política exterior ha sido mantenida fuera del ámbito democrático desde que desapareció la Unión Soviética. Es por lo tanto urgente salir de casi todos los tratados y compromisos pactados en los 30 últimos años. Sólo los Estados capaces de recobrar su soberanía tendrán posibilidades de recuperarse.