Ociel Alí López (Russia Today, 16-10-25)
El sorpresivo premio Nobel de la Paz a la líder opositora venezolana María Corina Machado ha generado un fuerte rechazo en la izquierda mundial, mucho apoyo en sectores conservadores, así como la indiferencia en líderes moderados importantes, como los presidentes de España, Pedro Sánchez; de México, Claudia Sheinbaum; y de Chile, Gabriel Boric.
Una vez digerido el acontecimiento, queda por analizar el impacto que podría tener en la oposición venezolana y sus aliados internacionales, en el Gobierno venezolano y en la política interna de EE.UU.
Si bien nada indica que una premiación de este tipo implique una proyección automática de la derechista, subestimar el acontecimiento impediría comprender los posibles cambios que pueda generar en diferentes esferas.
Impacto en la oposición
El primer impacto que ha suscitado el otorgamiento del premio es en la propia Machado, quien en la primera entrevista después de recibir la noticia del galardón, escaló la agresividad discursiva y amenazó con «neutralizar» a sectores que ya tiene «identificados» y que, a su juicio, pueden «desestabilizar» un hipotético «gobierno de transición».
La galardonada se alinea, aún más abiertamente, a una gramática al estilo del presidente de EE.UU, Donald Trump —a quien dedicó el galardón—, y del primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, a quienes anteriormente les ha pedido intervenir en Venezuela.
Si bien nada indica que una premiación de este tipo implique una proyección automática de la derechista, subestimar el acontecimiento impediría comprender los posibles cambios que pueda generar en diferentes esferas.
Entonces, la primera consecuencia del Nobel es que, en vez de ayudar a atemperar el discurso radical de Machado, o siquiera invitarla a potabilizar su postura hacia otros sectores, solo contribuyó a develar una política de confrontación aún mayor. Esto es especialmente peligroso, ya que ella ha puesto sobre la mesa un escenario violento que podría implicar un llamamiento a una confrontación civil. En pocas palabras, es un premio a la paz que trae vientos de guerra.
Luego, el galardón produce cambios a lo interno de la propia oposición venezolana. En los ciclos insurreccionales o electorales anteriores, el dirigente opositor que asumía la vanguardia y no lograba su objetivo, quedaba rápidamente desacreditado y sustituido por uno nuevo. Así sucedió con Henrique Capriles, en 2013; con Leopoldo López, en 2014; con Henry Ramos Allup, en 2015; con Juan Guaidó, en 2019. Pero ahora, el Nobel le permite a Machado una proyección prácticamente atemporal y prolongada como adversaria del chavismo. Esta ascendencia toca a la política doméstica e internacional, especialmente en relación al mundo político conservador.
El cambio constante de liderazgo en la oposición fue algo que enrareció la relación del conservadurismo mundial y la derecha venezolana, pero ahora este acontecimiento puede generar una «legitimidad» otorgada por Oslo, que puede llevar a que esta líder no sea automáticamente sustituida por cambios intestinos de la oposición, pese a las promesas que incumplió tras las presidenciales de 2024.
La actitud actual del Partido Demócrata podría estar precipitando una nueva postura antiguerra, a la que ya se han sumado algunos sectores republicanos, como los senadores Rand Paul y Lisa Murkowski, quienes votaron a favor de limitar las operaciones militares en el Caribe.
Este enaltecimiento disminuye notablemente la capacidad de maniobra de los otros liderazgos que compiten en la esfera opositora y le da a Machado un halo de perdurabilidad política.
¿Tendrá impacto en EE.UU.?
El 8 de octubre, la mayoría republicana en el Senado rechazó, con 51 votos contra 48, un intento demócrata de limitar las operaciones militares en el Caribe. Esta información da cuenta de que el consenso bipartidista sobre una política agresiva hacia Venezuela se ha roto.
La iniciativa del Partido Demócrata, aunque derrotada ese día, quiebra la forma homogénea en que el Congreso estadounidense impulsó, en 2019 y 2020, un «gobierno paralelo» para derrocar al presidente Nicolás Maduro; o cuando la Cámara de Representantes aprobó por unanimidad, en noviembre de 2024, la Ley Bolívar, cuyo objetivo era aumentar la presión financiera sobre la economía venezolana. Es muy posible que la unificación de criterios bipartidista se esté resquebrajando.
La actitud actual del Partido Demócrata podría estar precipitando una nueva postura antiguerra, a la que ya se han sumado algunos sectores republicanos, como los senadores Rand Paul y Lisa Murkowski, quienes votaron a favor de limitar las operaciones militares en el Caribe.
En tanto, la premiación a Machado y su alineación directa con el discurso trumpista de ‘Make America Great Again’ (MAGA) puede provocar dos escenarios. O genera empatía y construye puentes en sectores demócratas que están reticentes a apoyar un escenario bélico de Washington; o, por el contrario, se ubica del lado de los «extremistas de derecha», y pierde respaldo en importantes líderes demócratas que no se han visto muy entusiasmados con su galardón.
El laurel otorgado por Oslo cohesiona mucho más a los sectores que apoyan al gobierno venezolano y a las fuerzas chavistas. Si en algún momento había alguna reserva entre sectores moderados y otros más radicalizados, las diferencias han venido cediendo.
Cabe recordar que Machado siempre ha tenido una relación mucho más directa con los republicanos, siendo recibida en 2005 en el Despacho Oval por el expresidente George W. Bush, en plena guerra con Irak y Afganistán.
A esta situación habría que sumarle la relativa renuencia de miembros del movimiento MAGA, que aunque reconocieron el otorgamiento del Nobel, consideraron que era el mandatario republicano quien lo merecía. Trump, aunque habló con Machado y alabó su labor, no la mencionó explícitamente y fue reiterativo en su demanda de recibir el galardón.
A lo interno del Gobierno
Finalmente, el laurel otorgado por Oslo cohesiona mucho más a los sectores que apoyan al gobierno venezolano y a las fuerzas chavistas. Si en algún momento había alguna reserva entre sectores moderados y otros más radicalizados, las diferencias han venido cediendo.
El extremismo de Machado, que ha fomentado un enfoque patológico y agresivo desde el origen de su militancia política, se ha posicionado como enemigo histórico del chavismo, sobre todo desde el consumado golpe de Estado de 2002 contra el entonces presidente Hugo Chávez.
En ese entonces, ella fue una de las firmantes del «decreto Carmona», en el que se suspendían todos los poderes públicos y los derechos fundamentales consagrados en la Constitución.
Machado, a diferencia de otros líderes opositores, no tiene políticas mínimamente potables que puedan disgregar al chavismo, sino que, por el contrario, su postura incrementa la unión del movimiento de izquierdas y de los sectores progresistas, incluso de aquellos que son críticos con el Gobierno.
De todas, todas, la «distinción de la paz» solo abona un escenario conflictivo en el país suramericano, al alentar a una vocera que ha pedido intervenciones militares y que evita a toda costa las negociaciones o el diálogo, independientemente del costo que puedan tener. Su bandera, hasta ahora, ha sido la del «callejón sin salida».