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¿Qué pasará en América Latina con la nueva doctrina de Trump?

Escrito por Debate Plural

Ociel Alí López (Russia Today, 11-12-25)

La estrategia de seguridad nacional publicada por la administración de Donald Trump el viernes pasado despeja las dudas sobre el estratagema que está desarrollando EE.UU. no solo hacia América Latina sino hacia el mundo, y arma, como un rompecabezas, diversas maniobras que podrían parecer aisladas.

El documento permite comprender que las operaciones llevadas a cabo por la Administración Trump, desde las arancelarias hasta la campaña «Lanza del Sur» en el Caribe, pasando por su postura sobre de Ucrania y la «paz en Gaza», obedecen a un plan ordenado y no a las rabietas u opiniones del líder de turno.

Se trata de un giro geoestratégico que vuelve a poner a América Latina y a la doctrina Monroe, con el ahora llamado «corolario Trump«, en el centro de las preocupaciones de Washington, después de varias décadas en las que optó por convivir con gobiernos de izquierda de la región y múltiples acuerdos comerciales de casi todos los países con China.

El corolario de Trump es un nuevo plan de actuación que viene dado como resultado de las largas guerras y consecuentes derrotas en Afganistán, Irak y Somalia.

El «corolario Trump» sincera el papel que EE.UU. está realmente ocupando en la actualidad y el que efectivamente puede instalar en el mundo. Este hecho implica una nueva forma de entender la geopolítica, en momentos en que la figura del «policía del mundo» o del «gran imperio global» se autopercibe más como un «peso muerto» que como el actor protagónico que se debe a un ideal democrático. Se trata de un nuevo plan de actuación que viene dado como resultado de las largas guerras y consecuentes derrotas en Afganistán, Irak y Somalia.

Lo central del documento es el planteamiento no de una retirada de Europa y del mundo, sino de una nueva relación pragmática y administrativa hacia todas las regiones del planeta. El declive del papel de EE.UU. como el gendarme que iba a «arreglar los problemas globales» entra en contraposición con esta nueva doctrina, en la que solo participaría en lugares concretos si va a tener ganancias tan exhaustivas como rápidas: es la lógica empresarial que se apropia de la geopolítica en momentos de crisis interna del Imperio.

Esta nueva postura obliga a un traslado del foco hacia su «patio trasero«, el cual, según el documento y las últimas decisiones arancelarias y desplazamientos militares, viene a «cultivarlo» por medio de diferentes formas: no solo con la amenaza bélica, sino con una diversidad de opciones comerciales, diplomáticas y políticas, con el principal objetivo de desplazar a China y a otros países de la región.

Ahora queda corroborar cómo las tácticas a utilizar pueden ser tan efectivas a la hora de competir con los precios y beneficios que ha ofertado la potencia asiática y a relajar la «necedad» de varios países que no quieren plegarse a Washington, sobre todo si desde allí priva la cautela ante guerras prolongadas. A partir de este giro, varios puntos de la región se vuelven pruebas de fuego a la nueva doctrina.

Los focos en América

Intentar reconquistar el continente americano ahora plantea un escenario muy diferente al asumido por James Monroe en su famosa Doctrina de 1823, cuando el principal enemigo era Europa. También difiere de lo planteado en 1904 por el corolario del expresidente Theodore Roosevelt, que fue una manera de impedir la agresión contra Venezuela por parte de Alemania, Reino Unido e Italia.

El corolario de Roosevelt sería sustituido en entreguerras (1933) por la «Política de buena vecindad» (el llamado panamericanismo), una iniciativa presentada por la administración de Franklin Delano Roosevelt que se enfocó en enfrentar la influencia de Alemania, la Unión Soviética y Japón en América Latina.

El nuevo «corolario Trump» asume que hay un principal adversario: China. Las razones son varias, entre ellas, el terreno que ha ganado en la región con transacciones comerciales y bajos precios, en vez de las alianzas ideológicas o militares que acostumbra EE.UU.

Así, el nuevo «corolario Trump» asume que hay un principal adversario: China. Las razones son varias, entre ellas, el terreno que ha ganado en la región con transacciones comerciales y bajos precios, en vez de las alianzas ideológicas o militares que acostumbra EE.UU.

Según ese documento, Washington hará todo lo que pueda durante los próximos cuatro años para desplazar al gigante asiático como socio de casi todos los países de América Latina, y se enfocará en convencerlos, por diversas vías —desde la militar hasta la diplomática—, de que deben ir cortando lazos con el socio que financia infraestructuras vitales.

Este documento de seguridad nacional establece, como prioridad, controlar las rutas marítimas que circundan América en relación con el tráfico de drogas y la migración, por lo que permite comprender el actual despliegue militar en el Caribe.

La situación también da pie a inferir que el tema no es solo con Venezuela, sino que lo que se está desarrollando, como su nombre devela, es una «lanza hacia el sur» que va a desplazarse por el territorio con diferentes tácticas, bajo la idea de un posicionamiento que se va a prolongar por los próximos años. Con esta perspectiva imperial, se entiende por qué el portaaviones Gerald Ford se trasladó desde Medio Oriente para operar en el Caribe.

Esto no es una cuestión meramente ideológica sobre Venezuela ni una demanda de democracia liberal: es un mensaje a todos los países de la región de que negociar con EE.UU. es la opción «menos costosa».

El contingente militar que la administración Trump ha dispuesto en la zona es una lectura directa de esta nueva estrategia. Aparentemente, el fin último no es invadir, ocupar o cambiar un gobierno, sino dominar un amplio territorio en un plazo dilatado, en la medida en que se intentan cauterizar las rutas comerciales del adversario y obstaculizar  movimientos políticos de izquierda, como se demuestra en la interferencia de Trump en las elecciones de Argentina, Ecuador y Honduras.

Esto no es una cuestión meramente ideológica sobre Venezuela ni una demanda de democracia liberal: es un mensaje a todos los países de la región con la amenaza de que negociar con EE.UU. es la opción «menos costosa».

Venezuela es, por un lado, el primer ensayo de la nueva doctrina y, por otro, la entrada directa y automática a ingentes recursos que pueden hacerla viable. Si la estrategia falla, también puede convertirse en la «piedra en el zapato» del plan. Por ello, la prudencia de Trump para atacar el país, a pesar de todas las fuerzas militares que ha dispuesto en su entorno.

Un fracaso en Venezuela debilitaría toda la doctrina que apenas se pone sobre la mesa, en tanto recibiría duras críticas domésticas y también un desprecio regional que dificultaría los siguientes pasos.

¿Droga y migración?

El documento no solo habla de cortar las rutas marítimas a las drogas y la migración, sino sobre todo de controlar las vías de abastecimiento de sus adversarios geopolíticos para que, en un momento crítico, puedan ser interrumpidas de manera eficaz.

Ahora se entiende mejor la importancia que tuvo la fallida consulta en Ecuador, que le hubiese permitido a EE.UU. abrir bases navales en ese territorio, así como la reciente aprobación, por parte del Congreso peruano, del ingreso a ese país de contingentes militares estadounidenses. Ambas opciones intentan vigilar y cercar el epicentro comercial abierto por China en el nuevo megapuerto de Chancay.

Ademas, en un hipotético conflicto, la presencia en Sudamérica le permitiría a EE.UU. cortar la línea de abastecimiento directo que ha abierto la región con con el sudeste asiático. En ese contexto, se comprende también el interés por tener espacio en la Patagonia argentina y de ampliar la presencia en Panamá.

Hablamos del intento de un blindaje férreo al continente entero, de forma que tribute por completo a EE.UU., en la medida en que las relaciones de Washington con el resto del mundo dejan de ser protagónicas y estables, y pasan solo por el pragmatismo.

La cuestionada «buena vecindad» del panamericanismo no parece tener cabida y tampoco está claro el nuevo papel de la Organización de Estados Americanos (OEA). Lo cierto es que, al menos por ahora, las decisiones se toman en la Casa Blanca y el estilo lo pone Trump.

La nueva estrategia implica un empequeñecimiento del EE.UU. unipolar que se forjó desde la caída del muro de Berlín, pero es un sobredimensionamiento de su papel en América Latina, lo que seguramente traerá importantes consecuencias y un nuevo panorama que apenas comienza a verse.

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