Jesús de la Rosa (Hoy,19-11-11)
Alrededor de las cuatro de la tarde del domingo 19 de noviembre de 1911, el presidente Ramón Cáceres se dispuso a emprender su acostumbrado paseo en coche por la carretera en construcción que unía la ciudad de Santo Domingo con la villa de San Cristóbal.
Lo acompañaban su edecán, el coronel Ramón A. Pérez, y su cochero José Mangual. Era un día nublado. Las brisas frías de otoño comenzaban a sentirse. El país estaba en calma. Nadie hubiera vaticinado que esa tarde había de ocurrir una gran tragedia. A esa misma hora, aparentando estar disfrutando de un día de campo, un grupo de conjurados al mando del general Luis Tejera aguardaba en un cercano paraje de Güibia el paso del mandatario para darle muerte.
Después de un recorrido por la ciudad intramuros, el coche presidencial se adentró por la nueva carretera, hoy avenida Independencia. Al rebasar una curva de dicha vía, el presidente Cáceres y su ayudante militar divisaron en la lejanía un automóvil obstruyendo la senda. El coronel Ramón Pérez no sugirió nada en el sentido de detenerse o tratar de devolverse.
El cochero José Mangual siguió conduciendo creyéndose que el chofer del automóvil que estaba obstruyendo la senda le iba a abrir paso. En el momento en que el carruaje transitaba entre Güibia y San Gerónimo, los conjurados iniciaron el ataque vociferando: ¡Alto Ahí, Alto Ahí! ¡Ríndanse, Ríndanse! El presidente Ramón Cáceres no era un hombre de rendirse.
Mientras el mandatario y su edecán enfrentaban a los asaltantes, el cochero aceleró la marcha con la intención de cruzar a todo galope por entre los conjurados. Pero, las dos ruedas traseras del coche se atascaron en la cuneta lo que hizo que se volcara. El presidente Cáceres trató de abrirse paso a sangre y fuego pero fue alcanzado una y otra vez por los disparos que le hacían los conspiradores desde ambos lados de la vía.
Mal herido y manando abundante sangre el presidente Cáceres cayó pesadamente al suelo. En medio de la balacera, su cochero lo ayudó a incorporarse y, sosteniéndolo por el brazo derecho, se dirigió con él a la cercana residencia del licenciado Francisco J. Peynado. Hasta allí lo persiguieron los atacantes y aún dentro de la vivienda continuaron disparándole. La madre y la esposa de Jacinto Peynado, sin medir riesgo, bajaron al jardín de la casa a prestarle auxilio al mandatario herido.
Los conspiradores intentaron penetrar en la propiedad para rematar al presidente moribundo. Las damas se le enfrentaron impidiéndoles el paso. En la refriega, el general Luis Tejera, el cabecilla de la conjura, resultó herido en una pierna. Los atacantes escaparon del lugar en un automóvil a toda velocidad en dirección suroeste. Libradas del acoso de los conjurados, las damas y unos familiares del mandatario que vivían en los alrededores decidieron trasladar al presidente herido al local de la Delegación de los Estados Unidos contigua a la propiedad de los Peynados.
El general Ramón Cáceres murió poco después dentro de la Embajada estadounidense, a pesar de los esfuerzos que se hicieron para salvarle la vida. En las páginas 383 y siguientes de su obra “Ramón Cáceres” el historiador Pedro Troncoso Sánchez describe con más detalles los últimos momentos de vida de Cáceres: “La primera llamada telefónica pidiendo médicos y la fuerza pública lo hace otra señora que acude en auxilio de Mon Cáceres, Clara Ricart de Henríquez.
Pero visiblemente ya está en los estertores de la agonía. Las heridas son cinco: una en el cuello, otra en el pecho, otra en el hombro, otra en la mano derecha y otra en el muslo, verificadas por el doctor Rodolfo Coiscou. Abierta la brecha, inician al traslado. Al grupo que rodea a Mon se han incorporado el coronel Pérez, los guardias y otras personas.
Mon Cáceres parece balbucear algo. Doña Carmen González de Peynado acerca su oído a la boca del moribundo y lo oyó decir trabajosa y tenuemente: mi madre, mi madre. Fueron sus últimas palabras. Instantes después expira “Ante el asesinato de su líder, la reacción cacerista no se hizo esperar. Los homicidas del presidente Cáceres fueron inmediatamente perseguidos por la Guardia Republicana y capturados en los alrededores del poblado de Haina.
Ya prisionero, el general Luis Tejera fue conducido a la Fortaleza Ozama donde fue fusilado por un pelotón de la Guardia Republicana por orden expresa del general Alfredo Victoria. Los demás conjurados fueron fusilados in situ. Mi abuela paterna, testigo de la represión cacerista, me contó que a los involucrados en el asesinato del presidente Cáceres, después de apresarlos, lo picaron como a un mero, a machetazos limpios.
Cuando a don Emiliano Tejera, Canciller de la República, padre de Luis Tejera, le informaron del fusilamiento de su hijo, exclamó: “Bien muerto, pero mal matado” El general Luis Tejera era integrante de una familia estrechamente ligada al presidente Ramón Cáceres: Su padre, don Emiliano Tejera era Canciller de la República y uno de los hombres más influyentes del régimen cacerista; su hermano, Emiliano Tejera hijo, había sido Cónsul en España; su tío, Luis Tejera, era Delegado Permanente a la Convención Dominico Americana; el propio general Luis Tejera había ocupado importantes posiciones durante el apogeo horacista, entre ellos la Comandancia de Armas de Santo Domingo.
Entonces, ¿qué motivó al general Luis Tejera a organizar una conspiración para asesinar al Presidente Cáceres? A cien años de la ocurrencia del magnicidio, la respuesta a dicho interrogante sigue siendo un misterio. Algunos historiadores le enrostran al presidente Ramón Cáceres su condición de dictador. En realidad lo era. No obstante, a la hora de juzgar su comportamiento debe tomarse muy en cuenta la situación política y económica en que vivía el país cuando el general Ramón Cáceres se juramentó por primera vez como Presidente de la República, el 29 de diciembre de 1905.
Eran los tiempos de la montonera, de los pronunciamientos, de las deudas contraídas con la banca internacional por gobiernos irresponsables que luego usaban los importes de las mismas para agrandar su imagen pública y continuar en el poder. Para someter al orden a los caudillos, a los generales de la manigua, y acabar con el bandidaje, el presiente Cáceres tuvo que gobernar con manos duras. ¡Preso por la Guardia de Mon! era, y todavía lo es, una expresión que le cabe como anillo al dedo a todo gobernante que a la hora de hacer cumplir la ley no se anda con rodeos.
El hecho de haber negociado un Plan de Ajuste con el gobierno de los Estados Unidos, que logró rebajar a unos 17 millones la deuda externa del país y de obtener un préstamo de 20 millones de dólares que serían utilizados para honrar dicho compromiso y para invertirlo en obras públicas, ensombreció la figura del presidente Cáceres y contribuyó a una merma considerable de su popularidad. Dicho acuerdo, conocido con el nombre de Convención Dominico Americana, en su artículo tercero estipulaba que el gobierno dominicano no podía aumentar la deuda pública sin el consentimiento del gobierno de los Estados Unidos.
Mediante dicho tratado se dio completo control de las aduanas dominicanas al gobierno estadounidense. No obstante, dicha Convención surtió algunos efectos positivos en la economía dominicana: los sistemas de contabilidad fueron perfeccionados, el contrabando fue liquidado, las filtraciones y las malversaciones de fondos públicos fueron detenidas; y las aduanas fronterizas pasaron de las manos de los caciques regionales a la administración estatal.
Todo ello trajo como resultado que las recaudaciones aduaneras aumentaron en más de un 400%, pasando de 1 millón, 864 mil, 775 dólares, en 1904, a 4 millones, 705 mil dólares en 1910. En el gobierno del presidente Ramón Cáceres se comenzaron a construir las primeras carreteras, se amplió el ferrocarril, se reacondicionaron los puertos, se amplió y mejoró el sistema de instrucción pública, se impulsaron las artes y se promovió la tecnificación de la agricultura. Sin dudas, la administración del presidente Ramón Cáceres fue una gestión de paz, progreso, y estabilidad política.