El suicidio físico y el suicidio social escenificados por la escritora inglesa y la filosofa francesa estuvieron respaldados por la necesidad de la transformación del aun vigente paradigma patriarcal y de clase fundamentado en el saber y el imaginario masculino, alejado del respeto por las diferencias humanas y existenciales y en contra de la repartición igualitaria de los bienes materiales y espirituales del planeta.
Las obras de Virginia y Simone que tratan sobre las mujeres nos alientan a transformar los modos dicotómicos de actuar y de pensar sobre los hombres y las mujeres y, sobre todo, a transformar las condiciones de producción de la literatura y del conocimiento.
En esta dirección Virginia escribe en diario: “¿Por qué tanto criticar al prójimo? ¿Por qué no crear un sistema en que también se dé el bien? Qué gran descubrimiento sería el de un sistema que no excluyera”.
La escritora, que estaba consciente de transformar el paradigma con otro lenguaje que no fuera el masculino y que diera cuenta de los sentimientos de las mujeres, publicó en 1931 “Un Cuarto Propio” donde explica las dificultades femeninas para ser humanas y para dedicarse a escribir.
Escribir una obra de genio es un heroísmo grandioso. Una serie de obstáculos impiden que nazca completa la obra en la mente del escritor. Con algunos genios la humanidad es indiferente, pero cuando se trataba de las mujeres el sentimiento es de hostilidad y los impedimentos son materiales e inmateriales. “El mundo no le dijo a ella, como le dio a ellos:
Escribe si te apetece, a mi me da lo mismo. El mundo soltó una risotada: ¿escribir?”. Virginia siempre miró el mundo de los hombres como un mundo diferente al femenino: sin ataduras, frio, indiferente a la mujer, autosuficiente y objetivo. Así, en la vida regida por esos estereotipos masculinos, la mujer no tiene cabida: de modo que para conquistar la independencia intelectual hacía falta espacio y dinero. La creación literaria depende de recursos materiales. Los ricos tienen más oportunidades; los hombres más acceso a la educación. Las inglesas hicieron literatura antes que ciencia porque era más barata y escribieron luego novela porque exigía menos concentración que el poema en la salita independiente de las casas británicas. Virginia solicita en un primer momento privacidad y recursos económicos para empoderar a las mujeres y cuestiona radicalmente su confinamiento a la esfera domestica y las absurdas presiones que sobre ellas ejercen las ideas patriarcales (son pobres, no beben vino, no tienen un cuarto propio). El paradigma machista y el “Hada del Hogar” han abortado el genio de muchas mujeres que de haberse concretizado en épocas atrás se hubieran suicidado o hubieran llegado a la más horrenda soledad; pero el paradigma también ha dañado a los hombres.
De acuerdo a Virginia, escritores y escritoras deben escribir sin pensar en sus sexos opresor y oprimido respectivamente, desde un marco andrógino, incandescente; es decir, sin las trabas que el paradigma machista opone a la escritura de todos los seres humanos. El modo de pensar debe ser andrógino porque no nos basta con ser dos sexos, mucho menos uno, como pasaría si las mujeres escribieran al estilo de los hombres. Cada sexo debería poder usar los dos roles. La literatura femenina es buena cuando es andrógina o, lo que es lo mismo, cuando no refleja los estereotipos del sexo femenino subordinado y se expresa sin resentimientos de género.
Más tarde Virginia decide demandar para la mujer opiniones y voz pública que la conviertan en “intrusa” y que la liberen de las obligaciones falsas de la masculinidad y la feminidad con el fin de descubrirles una nueva función.
En 1938 publica Tres Guineas. El lenguaje se hace más enfático y valiente, y quiere incorporar a sus ideas a los hombres que puedan ser convencidos. Este polémico libro planteaba votar contra el edificio entero del poder y aunque la reacción fue feroz Virginia dijo: “Me siento emancipada hasta la muerte y libre de toda farsa”. La crítica fue despiadada; la llamaron panfletista, los amigos y amigas y el propio Leonard, su marido, recibieron tibiamente su trabajo feminista (a Tres Guineas sobre todo). Ella, a quien le gustaba escribir contra la corriente no se amilanó y afirmó que la sociedad de la intrusas había nacido ya. Virginia hacia el esfuerzo, a pesar de su temor a la crítica, por ser independiente de criterio, puesto que no temía perder el reconocimiento de sus congéneres ya que siempre había rechazado toda clase de títulos y honores públicos.
“Los títulos no me proporcionan el menor placer” –diría- No estaba ligada a la vanidad, a la megalomanía y el egoísmo, conformando así lo que sería su filosofía de la oscuridad y del anonimato. Las mujeres tenían que aprender la indiferencia y cerrar los oídos a las oratorias rugientes para llegar a las gentes oscuras; oír a los don nadie y oír el pequeño lenguaje femenino de la intimidad y el afecto. Su audiencia estaba definida: buscaría a los que no tienen poder, mujeres trabajadoras, obreros campesinos, madres, amas de casa, viudas despreciadas, muchachas adolescentes que no tenían voz pública.
Los insultos la muestran como señorial fémina parlanchina sensual entrada en años. En 1935 escribiría “Sobre ser despreciada” y decía que le desagradaba que se rieran de ella ya que recibía sarcasmos de figuras importantes de la época que la hacían sentir ridiculizada, odiada, y despreciada. Tanta presión debía tener una salida.
Escribir era lo único que le deba equilibrio del ser, síntesis y unidad y a través de ello, Virginia se esforzó en madurar una estrategia de liberación de nuevas dimensiones sin la imposición de límites que la mantuvieran viviendo por encima de los elogios y los insultos. Frente a las criticas se prometía, parece que sin éxito total, fidelidad a sus ideas, inventar una forma de ser nueva para expresar lo que sentía y pensaba, no participar en el juego, considerar los insultos como un reto a su decencia profesional, romper moldes. Algunas auto recomendaciones se tomaron, otras no. Virginia era muy susceptible a las críticas y a todos los problemas que le aquejaban, por lo que tuvo que reconocer que escribía ciertos libros para superar los golpes y para superar y comprender sus depresiones. En sus últimos trabajos criticaba la no participación de la audiencia en la construcción de la nueva sociedad. La inercia del lector común, el fraude de los editores, de los críticos académicos y libreros eran objeto de su preocupación. El lector común ha perdido sus derechos y su propio juicio para seguir las opiniones de los prestigiosos y no de los/as veraces y las criticas se hacen para pagar las facturas de los burgueses, adular, ajustar cuentas, mitigar egoísmos.