Cultura Nacionales

Pedro Francisco Bonó: Un gran olvidado por Balaguer

Escrito por Debate Plural

Olivier Batista L. (El Nacional 19-6-11)

Las historias  y  ensayos literarios acuñados   por el ex mandatario dominicano, el doctor Joaquín Balaguer, poseen una doble virtud pedagógica; la primera estriba  en el asentado entusiasmo con que valoriza magnánimamente a los autores nativos, en un país donde la memoria  literaria se desdibuja en la honda crisis que atraviesa la educación o,  en el caso de los intelectuales, en un sesgado complejo de Guacanagarix o inferioridad que los  torna poco receptivo a la producción nativa.

Cierto  hay excepciones; José Alcántara Almánzar Diógenes Céspedes, Bruno R. Candelier, Odalís Pérez, han publicado estudios agudos sobre la novela y la poesía dominicana   y, reflexionado sobre  los desmanes socio- históricos en los que se han enzarzado, no sin heroísmo, los escritores dominicanos.

Néstor Contín Aybar publicó una historia de la literatura nativa en cuatro tomos. Balaguer no ha sido pues el único, pero sí el más entusiasta.

Su historia de la literatura dominicana y Letras dominicanas son encarnaciones luminosas de su itinerario de letrado al servicio de la memoria literaria nacional.

Otra virtud de los escritos de crítica literaria del Doctor Balaguer, es   su sentido de la hospitalidad intelectual.

Deja a un lado los recelos políticos y las triquiñuelas sectarias, ensancha su visión de lo literario a la compilación, a la historia y a la oratoria.

Rescata a oscuros vates del siglo diecinueve de la hojarasca de la frivolidad y la indiferencia, y acoge con respeto y entereza,  en su prosa mesurada, a personajes como el doctor José Francisco Peña Gómez, de quien ensalza la oratoria inspirada, el verbo encendido.

No obstante cuando dejamos las orillas de este profuso panteón de las letras dominicanas, y  ahondamos de manera más minuciosa en los capítulos temáticos, salta a la vista, la omisión sospechosa del patriota y escritor Pedro Francisco Bonó.

Después de constatar que no se trata de un descuidado embrollo de imprimiría, nos preguntamos en nuestros adentros: y qué le pasó al doctor, que cultivó el detalle literario, la menudencia histórica, como quien luce temeroso de ver  un desmán histórico amputar la dominicanidad de sus orígenes y prohombres, dejándonos sumidos en la desmemoria?  Por qué esa omisión ruidosa que desentona en su obra?

Desde una óptica literaria, el ex mandatario difícilmente podía ignorar que Bonó abrió la historia de la novela dominicana con “El montero” (1856) en la Gaceta de Ultramar   publicada en Paris.

Fue su único escarceo literario, si exceptuamos  su ficción política el “Congreso extraparlamentario”, original hallazgo, género híbrido entre el ensayo, el cuento largo, y la argumentación  política, publicado en 1895.

Su novela corta fue tímidamente valorizada a título póstumo, pues no se trata de una obra maestra, no alcanza  el tenue nivel de composición de “La Fantasma de Higüey” (1857), de su  coetáneo romántico Javier Angulo Guridi.

Además el doctor Balaguer conoce bien las obras del eminente compilador  Emilio Rodríguez Demorizi; es éste quien reúne los trabajos y el epistolario de Bonó y lo titula Papeles de Bono.

Sus años de no vidente no impidieron  que el poeta presidente acreciente  el caudal de sus informaciones literarias, que impresione al lector con su rigurosa actualización en materia de joven poesía a comienzos de los setenta, o de nueva narrativa.

Su curiosidad cultural se muestra inquebrantable, y cita evidentemente en su historia literaria  (p.324), La historia de la literatura dominicana, de cuatro tomos de Néstor Contín Aybar, publicada por la UCE en 1983.

Contín Aybar en el tomo dos le dedica dos páginas y media a Pedro F. Bonó, donde no solamente saca a relucir con mesurada fascinación, las dotes de escritor y administrador del escritor cibaeño, sino también  las acciones del patriota, que no pueden haber pasado desapercibidas: Bonó tuvo el honor de signar el acta de independencia (1863) que restauraría la república ante España, siendo también comisionado de guerra.

Ocupó cargos administrativos importantes a lo largo de su vida. Más aún,  la lumbre de su integridad moral, sus destrezas jurídicas, su patriotismo agudo y sin desafueros románticos, hicieron de él, a los ojos del prócer Gregorio Luperón, el hombre ideal para ocupar el solio presidencial.

Las misivas del general Luperón dirigidas a Pedro Bonó durante 1884, expresan la unanimidad de dicha proposición en los ámbitos políticos e intelectuales más preclaros, de una nación que cojeaba entre asonadas y pugnas protagonizadas por  caudillejos montaraces.

Era la época  de un liberalismo crepuscular, que cayó de bruces sobre una tierra con un erario público exangüe, poca infraestructura de transporte, desórdenes monetarios,   y un analfabetismo que servía de contrapunto a las violencias regionales.

El general restaurador hace un panegírico vibrante del repúblico en su Notas autobiográficas, citadas con fascinado énfasis por el doctor Balaguer en sus reflexiones literarias.

El intelectual y patriota  Pedro francisco Bonó sabía que esas fuerzas centrífugas  lo asediarían despiadadamente, para hacer de él,  un impotente espectador de su destitución  presidencial.

Es improbable que el doctor Balaguer, perspicaz   conocedor de la tortuosa historia de la República Dominicana, haya ignorado la existencia de Bonó.

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