John Tarleton (The Indypendent, 19-7-18)
Se calcula que las guerras de la década de 1980 en América Central dejaron unas 300.000 personas muertas, la inmensa mayoría de las cuales murió a manos de fuerzas de la derecha. Cientos de miles de personas huyeron a Estados Unidos. Al concluir la Guerra Fría se firmaron acuerdos de paz y acabaron las guerras, lo que dejó a su paso sociedades desestabilizas. La región dejó de ser un punto crítico geopolítico y los políticos de Washington la olvidaron completamente ya que cada vez centraban más su atención en emprender nuevas cruzadas sangrientas en Oriente Próximo.
Pero los círculos de la élite no olvidaron totalmente el derramamiento de sangre en América Central respaldado por Estados Unidos. Cuando en un debate de la campaña electoral de 2004 se le preguntó al vicepresidente Dick Cheney cómo iba a responder el gobierno de George W. Bush a la cada vez mayor insurgencia en Iraq sugirió que la “opción salvadoreña” iba a funcionar. A lo largo de los siguientes siete años las milicias chiíes respaldadas por Estados Unidos desataron una oleada de terror y limpieza étnica contra la minoría sunní, lo que preparó el terreno para la aparición posterior del ISIS.
En El Salvador se produjo un breve momento de esperanza tras la firma en 1992 de los acuerdos de paz entre el gobierno y el FMLN, el grupo rebelde de izquierda. Según estos acuerdos, el FMLN abandonó las armas y se convirtió en un partido político legal. El ejército salvadoreño se redujo a la mitad y se purgó a quienes se sabía que habían violado los derechos humanos. Se disolvió la Guardia Nacional y fue sustituida por una fuerza policial civil a la que se incorporaron algunos excombatientes del FMLN.
El FMLN se presentó por primera vez a las elecciones en la primavera de 1994. En aquel momento yo me alojaba en casa de una familia en un polvoriento pueblo de mercado y hacía autoestop por todo el país sin problemas. La gente me transmitía sobre todo un sentimiento de alivio mezclado con el optimismo de que por fin había terminado un conflicto que había costado la vida de 75.000 personas a lo largo de una docena de años.
El partido conservador ARENA ganó las elecciones y el FMLN quedó en segundo lugar. Todo transcurrió pacíficamente. Cuando volví un año después el miedo a una creciente oleada de criminalidad se había apoderado del país. Pesaba en el ambiente una sensación de amenaza. El nuevo presidente prometió en la televisión nacional perseguir a los criminales con mano dura*.
En aquel momento no me di cuenta de que Estados Unidos había empezado a deportar a miles de jóvenes salvadoreños con antecedentes criminales. En muchos casos los deportados habían llegado de niños a Los Ángeles con sus padres refugiados a principios de la década de 1980 y más tarde se unieron a las bandas callejeras salvadoreñas.
En vez de [las bandas callejeras de] los Bloods y los Crips eran la MS-13 y la 18th Street. Con un Estado débil, pocas oportunidades de trabajo para los deportados (Estados Unidos había cerrado el grifo de la ayuda una vez que acabó la guerra) y gran cantidad de soldados y exguerrilleros desmovilizados El Salvador se convirtió en un caldo de cultivo donde estalló el crimen violento. La MS-13 y 18th Street pronto se extendieron a Guatemala y Honduras con unos resultados igual de desgarradores. Las tres naciones en la mitad norte de América Central se convirtieron en la capital mundial del homicidio.
Cuando menos se esperaba llegaron buenas noticias a Honduras. El país se había librado de lo peor de la década de conflictos de 1980, aunque era uno de los países más pobres del hemisferio occidental. En 2006 un magnate maderero y ganadero llamado Manuel “Mel” Zelaya se convirtió discretamente en presidente. Para sorpresa de todo el mundo Zelaya se inclinó rápidamente a la izquierda. En los tres años y medio que permaneció en el cargo se introdujo la educación gratuita universal con comidas gratuitas para los niños pobres, el salario mínimo subió un 80 % y por primera vez se incluyó a los empleados domésticos en el sistema de seguridad social. Zelaya también estableció relaciones de amistad con Cuba y estrechó una alianza con la Venezuela de Hugo Chávez que ayudó a financiar sus cada vez mayores gastos sociales.
Por primera vez en su larga historia oligárquica Honduras tenía un presidente que hacía algo por el pueblo. Las elites hondureñas y los halcones estadounidenses consideraron que Zelaya era intolerable. En junio de 2009 fue derrocado en un golpe con la ayuda tácita del gobierno Obama y enviado al exilio en medio de la noche.
Hubo protestas masivas pero el nuevo gobierno se aferró al poder. Tanto el crimen común como el político se dispararon. Las elecciones presidenciales de 2013 y 2017 estuvieron empañadas por denuncias de fraude y la policía asesinó a manifestantes en contra del gobierno. En medio del caos empezaron a llegar refugiados a Estados Unidos en 2014. Tras un momento de calma está volviendo a aumentar la cantidad de personas refugiadas solicitantes de asilo procedentes de América Central. Barack Obama, el frío e indiferente deportador número uno, supervisó la expulsión de tres millones de inmigrantes durante sus ocho años como presidente solo para ser sustituido por Donald Trump con su racismo desnudo y descarado.
Aunque los tribunales tendrán que pronunciarse sobre las cuestiones legales, personas de todo el país están a la cabeza con actos de solidaridad. Ofrecemos unos cuantos ejemplos:
Valle de Rio Grande — En este rincón de Texas que suele estar dormido oleadas de manifestantes de todo el país han acudido a los centros de detención donde se ha almacenado a los niños refugiados.
Ciudad de Nueva York — La noche del 20 de junio cientos de neoyorquinos acudieron a aeropuerto de La Guardia para saludar a los niños separados de sus padres y enviados a la zona de Nueva York en aviones comerciales.
San Diego — Varios líderes religiosos acudieron el 23 de junio al centro de detención de Otay Mesa y cantaron “No estás solo*”. Cuando las personas presas los oyeron vitorearon en voz alta.
Portland — El 17 de junio los manifestantes bloquearon la sede local de [la agencia estadounidense de inmigración] Immigration and Customs Enforcement (ICE) y establecieron una campamento frente al edificio que en los diez días siguientes se convirtió en una miniciudad con 90 tiendas de campaña, una estación de agua potable, una tienda destinada a servicios médicos y otra a los niños. Al cierre de esta edición de The Indypendent el alcalde de Portland Ted Wheeler se niega a desmantelar el campamento. Desde entonces han surgido otros campamentos similares ante sedes del ICE en otras ciudades.
El drama que se está desarrollando ahora mismo no consiste solamente a las familias detenidas y a su suerte, sino también en qué tipo de sociedad queremos. En medio de guerras, de los llamados Estados fallidos y, sobre todo, del cambio climático el siglo XXI será un siglo con una emigración humana sin precedentes, ¿cómo vamos a responder?
Desde el momento en que bajó por las escaleras mecánicas de la Torre Trump para anunciar su candidatura a la presidencia Donald Trump ha recurrido a la paranoia racista de sus seguidores del “Hacer Estados Unidos grande otra vez”. Ahora que sus políticas crueles han provocado un rechazo generalizado se está promoviendo otra visión más inclusiva de quiénes podemos ser.
Lo más inteligente que se puede hacer es dar la bienvenida a los refugiados de América Central. Con el tiempo contribuirán mucho a nuestra sociedad. Y lo que es más importante, es lo correcto. También nos da la oportunidad de asumir la historia que los ha traído aquí y de empezar a asumir la responsabilidad de ello. Cuando abrazamos a una persona refugiada abrazamos lo mejor de nosotros mismos. Como dice el dicho, el amor triunfa sobre el odio, pero solo si lo hacemos posible.