Tom Engelhardt (Rebelion, 17-9-18)
Tampoco recordarán al hombre que en la campaña de 2016 aseguró que cuando la cuestión es “ganar” las guerras estadounidenses, él podía hacerlo mejor que el alto comando de las fuerzas armadas de EEUU (“Yo sé más del Daesh que los propios generales…”). Tampoco por haber derramado decenas de miles de millones de dólares del contribuyente en el Pentágono y el estado de la seguridad nacional (aunque denigre una y otra vez a sus funcionarios)
Y no olvidéis que esto no es más que arañar superficialmente la presidencia de Trump; mientras todo ello importa (o al menos nos angustia hoy) e importará enormemente durante mucho tiempo por venir, no es por eso por lo que la historia recordará a Donald Trump.
Un crimen contra la humanidad
En este sentido, la cuestión está clara, en parte porque ya hemos empezado a vivir el verdadero futuro que recordará a Donald Trump por una sola cosa. Es un futuro que, en su meollo, ha sido alentado desde el primer día de su presidencia. Sea lo que sea que él piense, diga, twitee o haga, el presidente Trump y su administración han estado notablemente orientados no solo en la negación de la posibilidad de que la humanidad deba enfrentarse con un futuro de ruina medioambiental –de ahí la expresión “negacionista del cambio climático” que normalmente se concede a una sorprendentemente larga lista de personas de su administración– sino también en la ayuda y la instigación para avanzar hacia el desastre.
Como todo el mundo sabe, el Estados Unidos de Donald Trump está a punto de ser el mayor emisor de gases de efecto invernadero (en este momento es el número dos) de la historia, que ha abandonado los acuerdos climáticos de París. Él es también, por no decirlo con demasiada sutileza, un fanático de los combustibles fósiles, nostálgico tal vez del potente –aunque contaminado– mundo estadounidense de su infancia en los años cincuenta del pasado siglo. Desde sus primeros momentos en el cargo, él ha estado decidido a convertir la futura política energética de su administración en lo que Michaerl Klare ha llamado “una lista de deseos escrita por las mayores empresas de los combustibles fósiles” (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=220827). Está obsesionado con el proyecto de que Estados Unidos domine el mercado mundial del petróleo (pensad en un Estados Unidos Saudita); para ello, debe salvar el agonizante negocio de la minería de la hulla, construir aun más oleoductos y gasoductos, anular las normas de ahorro de combustible de la época de Obama para los vehículos con motor de combustión interna y permitir que las grandes corporaciones de los combustibles perforen prácticamente en cualquier parte, comenzando con el mar frente a las costas de EEUU en zonas antes prohibidas, pero también en la Reserva Nacional de la Vida Silvestre del Ártico (ANWR, por sus siglas en inglés), en Alaska. En otras palabras, cada una de sus medidas relacionadas con la energía muestra al líder de la ‘última superpotencia’ del planeta como un favorecedor del cambio climático de un tipo que en otros tiempos solo habría sido la fantasía del ejecutivo de una empresa del ramo de la energía.
Este designio los convierte –a Donald Trump y a los integrantes de su administración– en los peores criminales de la historia. Después de todo, él y sus compinches apuntan hacia lo que solo puede ser llamado terricidio, la destrucción del medioambiente del planeta que nos ha albergado durante miles de años. Esto es, literalmente, un crimen contra la humanidad de tal dimensión que hasta hoy estaba innominado y, hasta hace relativamente poco tiempo, era casi inconcebible.
En las secuelas de este verano, el negacionismo del cambio climático –no obstante estar en alza en Washington– es evidentemente una broma. Ya no es necesario ser un científico que estudie el tema; ni siquiera una persona bien informada para captarlo. Tal como apuntó recientemente la periodista del New York Times Somini Singupta en una nota sobre las olas de calor en todo el planeta: “Muchos científicos que estudiaban el cambio climático, este año han empezado a vivirlo”. Es estos momentos, también lo estamos viviendo todos.
Hasta las matemáticas ya no son complicadas. Como señala Singupta, 2018 podría ser el cuarto año más caluroso en los registros. ¿Cuáles son los otros tres?: 2015, 2016 y 2017. De hecho, de los 18 años más calurosos, 17 se registraron en… ¿adivináis en qué siglo? En los 48 estados más sureños de EEUU, el periodo estival más tórrido fue entre mayo y junio; Japón tuvo una ola de calor “sin precedentes”, Europa se achicharró; la montaña más alta de Suecia dejó de serlo cuando se derritió el hielo que la cubría; hubo numerosos incendios forestales en la parte de Europa que está al norte del Círculo Polar Ártico; algunos científicos se asustaron por el hecho de que el hielo más antiguo y fuerte en el océano Ártico empezaba a resquebrajarse; California y gran parte del oeste de América del Norte se quemaba en medio de una atmósfera tan contaminada que fue necesario que se hicieran frecuentes alarmas en una estación de incendios que amenazaba no tener fin.
Las temperaturas dejaron registras de más 30 ºC durante 16 días seguidos en Oslo, Noruega; de 33 ºC durante 16 días consecutivos en Hong Kong; de 50 ºC en Nawabsha, Pakistán y de 51 en Ouargla, Argelia. El agua de los océanos también se calentó hasta niveles récord.
Y, una vez más, esto es solo el comienzo de una larga lista y nada más que un anticipo de lo que el futuro –según los planes de Donald– reserva para nosotros. Imaginad, por ejemplo, qué significa la intensificación de todo esto: una California en la que nunca acabarán los incendios forestales; ciudades costeras inundadas por el aumento del nivel del mar; importantes zonas de las llanuras del norte de China (donde viven millones de personas) prácticamente inhabitables debido a devastadoras olas de calor; decenas de millones de seres humanos convertidos en el mayor objeto de odio del propio Donald Trump: emigrantes y refugiados. Este es el mundo que nuestro presidente está preparando para nuestros nietos y sus hijos y nietos.
Decidme entonces, ¿no será recordado por su absoluta –aunque ignorante– dedicación a la devastación de la civilización?
Digámoslo de otra manera: por la única cosa que será recordado Donald Trump –¡y vaya una cosa!– es por su deseo de lanzarnos a todos a la escalera mecánica que baja al infierno. Es decir, a un futuro de fuego y furia. Esto puede hacer de él y los ejecutivos de las más grandes empresas de la energía los mayores criminales de la historia. Si no se reducen significativamente y no se detienen las emisiones de gases de invernadero en un tiempo razonable, el crimen al que él está instigando con tanto entusiasmo es el único –aparte una guerra nuclear– que puede acabar con la historia tal como la conocemos, lo que significará que Donald Trump no será recordado en absoluto. Si esta no es la gran liga, ¿qué es?