Thierry Meyssan (RedVoltaire, 4-12-18)
La causa de la recesión occidental
Las relaciones internacionales sufrieron un profundo cambio con la parálisis de la Unión Soviética, en 1986, cuando el Estado soviético no logró actuar con eficacia ante el incidente nuclear de Chernobil, más tarde, con la desaparición del Pacto de Varsovia, en 1989, cuando el partido comunista de la República Democrática Alemana (RDA) destruyó el muro de Berlín y, finalmente, con la disolución de la URSS, en 1991.
En aquel momento, el presidente de Estados Unidos, George Bush padre, decidió desmovilizar un millón de soldados y consagrar los esfuerzos de su país a la prosperidad de los estadounidenses.
George Bush padre quiso convertir la hegemonía que Estados Unidos ejercía sobre su zona de influencia en un papel de líder del mundo en su conjunto y de garante de su estabilidad. Enunció entonces las bases de un «Nuevo Orden Mundial». Lo hizo primeramente en el discurso que pronunció junto a la primer ministro británica Margaret Thatcher en el Aspen Institute –el 2 de agosto de 1990– y también en su discurso del 11 de septiembre de 1990 ante el Congreso estadounidense, donde anunció la operación «Tormenta del Desierto».
El mundo posterior a la desaparición de la Unión Soviética es el mundo de la libre circulación, ya no sólo de las mercancías sino también de los capitales mundiales, sin otro control que el de Estados Unidos. Se trata, en otras palabras, del paso del capitalismo a la financierización, no al logro del libre intercambio para todos sino a una forma exacerbada de la explotación colonial en todo el mundo, incluso en Occidente. En 25 años, las grandes fortunas estadounidenses se multiplicaron varias veces y la riqueza global del mundo aumentó considerablemente.
Al dar rienda suelta al capitalismo, el presidente Bush padre esperaba extender la prosperidad a todo el mundo. Pero el capitalismo no es un proyecto político, es sólo una lógica sobre cómo obtener ganancias. Y la lógica de las transnacionales estadounidense no era otra que incrementar sus ganancias produciendo en China, cuyos trabajadores eran los peor pagados del mundo.
Son muy pocos los que lograron ver el costo que ese avance tuvo para Occidente. Es cierto que en países del Tercer Mundo empezaron a aparecer clases medias –aunque menos ricas que las clases medias de los países occidentales– lo cual permite a nuevos Estados, principalmente asiáticos, desempeñar un papel en la escena internacional. Pero, simultáneamente, las clases medias comienzan a desaparecer en Occidente, haciendo imposible la supervivencia de las instituciones democráticas que esas clases habían conformado.
Lo más importante es que las poblaciones de regiones enteras van a ser diezmadas, comenzando par las de los Grandes Lagos africanos. Esta primera guerra regional deja 6 millones de muertos en Angola, Burundi, Uganda, en la República Democrática del Congo, Ruanda y Zimbabwe, sin que el mundo se preocupe por entender lo que sucede. El objetivo era seguir apoderándose de los recursos naturales de esos países… pero pagando aún menos que antes. ¿Cómo? Negociando esos recursos con pandillas armadas en vez de tratar con Estados que tienen la obligación de alimentar a sus ciudadanos.
La transformación sociológica del mundo es muy rápida y sin precedente. No disponemos actualmente de las herramientas estadísticas necesarias para evaluarla correctamente. Pero todos percibimos el progreso de Eurasia –no de la Eurasia que evocaba De Gaulle, «de Brest a Vladivostok», sino de una Eurasia que sólo incluye a Rusia y Asia, sin Europa occidental ni Europa central– hacia la búsqueda de libertad y prosperidad, mientras que las potencias occidentales –incluyendo a Estados Unidos– se apagan poco a poco, limitando las libertades individuales y encerrando a la mitad de su población en zonas de pobreza.
Hoy en día la tasa de encarcelación de los chinos es 4 veces inferior a la de los estadounidenses, mientras que su poder adquisitivo es ligeramente superior al de los estadounidenses. Objetivamente, con todos sus defectos, China se ha convertido un país más libre y próspero que Estados Unidos.
Ese proceso era previsible desde el principio. Su instauración se discutió por mucho tiempo. Por ejemplo, el 1º de septiembre de 1987, un cuadragenario estadounidense publicaba una página publicitaria a contracorriente en el New York Times, el Washington Post y el Boston Globe. En ella advertía a sus compatriotas en contra del papel que el presidente Bush padre iba a hacer asumir a Estados Unidos haciendo a esa nación responsable, asumiéndolo sola, del «Nuevo Orden Mundial» que se construía. Mucha gente se rió del autor de aquel artículo… el promotor inmobiliario Donald Trump.
La aplicación del modelo económico a las relaciones internacionales
Un mes después de los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001, el secretario estadounidense de Defensa, Donald Rumsfeld, designó al almirante Arthur Cebrowski como director de la nueva Oficina de Transformación de la Fuerza (Office of Force Transformation). La misión de Cebrowski era modificar la cultura de los militares estadounidenses para que pudieran adaptarse a un cambio total de su misión.
Ya no se trataría de utilizar las fuerzas armadas de Estados Unidos para defender principios o intereses sino de servirse de los ejércitos estadounidenses para reorganizar el mundo… dividiéndolo en dos: de un lado estarían los Estados integrados a la economía globalizada, del otro lado quedarían los demás. El Pentágono ya no libraría guerras para apoderarse de los recursos naturales sino que pasaría a controlar el acceso de los países globalizados a esos recursos. Esa división se inspira directamente en el proceso de globalización que ya había marginalizado a la mitad de la población occidental. Sólo que en lo adelante lo que se preveía era la exclusión para la mitad de la población mundial.
La reorganización del mundo se inició en la zona política definida como el «Medio Oriente ampliado» o «Gran Medio Oriente», o sea la que va desde Afganistán hasta Marruecos, exceptuando Israel, Líbano y Jordania. Fue esa la supuesta epidemia de guerras civiles que ya ha dejado varios millones de muertos en Afganistán, Irak, Sudán, Libia, Siria y Yemen.
Como un monstruo que devora a sus hijos, el sistema financiero global, con base en Estados Unidos, sufrió su primera crisis en 2008, cuando estalló la burbuja de las subprimes. Al contrario de lo que afirma el mito, aquello no fue una crisis global sino una crisis exclusivamente occidental. Por primera vez, los países de la OTAN fueron los primeros en sufrir las consecuencias de las políticas que respaldaban. Pero las clases superiores occidentales no modificaron su comportamiento en nada, se limitaron a mirar compasivamente el naufragio de la clase media.
La única modificación notable fue la adopción de la «regla Volcker», que prohíbe a los bancos utilizar informaciones obtenidas de sus clientes para especular contra los intereses de estos. Ahora bien, aunque es cierto que los conflictos de intereses han permitido a muchos inescrupulosos enriquecerse rápidamente, también hay que decir que no son ellos el problema de fondo. Este es mucho más amplio.